jueves, 13 de septiembre de 2012

Carta de amor en Primavera

                                                                         Buenos Aires, febrero de 2000
         Querido Vinicius:
      
         Te extraño tanto, amor, que me duele pensar en vos. Mi corazón galopa con ímpetu al imaginar tu presencia cerca de mí. Como si los días no hubiesen sucedido a las noches, y las manecillas del reloj hubieran descansado de su labor monocorde puedo revivir el ritmo acelerado de tu corazón joven, la sencillez de tu contacto, el deseo amordazado. Tu voz viaja hasta mí, un leve soplo arremolina mi cabello y cerrando los ojos puedo experimentar el fulgor de tu mirada de azúcar negro.
A pesar de los años que han pasado todavía guardo en la memoria tu andar cómico sobre la arena caliente de la costa de Laguna. Tu sonrisa de dientes blancos y el acento simpático cuando hablabas español. Aún estás conmigo. Cómo me gustaría que esta carta llegara a tus manos. Busco tu imagen entre la gente. Cuando creo que nunca volveré a verte, un rostro me hace girar de improviso, para descubrir en un segundo cruel que no eres tú. El recuerdo de mi paraíso perdido flota en el éter, cuando quiero abrazarlo con la nostalgia, se deshace en lágrimas púrpuras.
Vinicius, mi amor pequeño, difícil olvidar tu nombre. Tu rostro lejano se difumina errático entre susurros marinos. Cuando partí de Brasil, una muerte pequeña eclipsó mi sonrisa, la borró atándola a tu recuerdo. Se me eriza la piel al rememorar tu cuerpo, las caricias tímidas de tus dieciocho años sobre mi cuerpo núbil. Con inocencia te llamo en voz queda con la ilusión de recobrarte, con el amor intacto de mis quince años. Si esta carta llega a tus manos y la pasión te trae a mi lado, serás luz en las tinieblas de mi vida monótona, seré como la luna brillando entre tus brazos.
Algunos caracoles en un frasco azulino traen resabios de mar calmo. El océano habita en su nácar virgen. Un par de sonrisas inocentes me saludan desde nuestra foto en la mesa de luz, dos cuerpos gráciles y anhelantes reposan en la arena de Laguna. Tu amor es como una golondrina fugaz que vuelve en cada primavera a poblar mi ser desolado. Es el fuego que se enciende frente a la pena y la nostalgia. Tus ojos abrigan mis noches gélidas para guiar mis pasos hacia tu boca de miel. He pensado tanto en ti en este último tiempo, que creo imposible que no me hayas recibido en tus sueños. Tus primeras cartas me trajeron, como en un espejismo, tu perfume de mar. Sin embargo, tus mensajes se han espaciado tanto... El día en que comprenda que ya no te tengo, rozará mi cuerpo herido un abismo aterrador. Entre el dolor y el desamparo navegará mi alma. Si llegara a experimentar en mi corazón joven el paso asesino de los meses sin noticias tuyas sabré que te he perdido para siempre. Moriré de a poco, como se apaga el resplandor de una candela en medio de la noche solitaria.
Te quiero con toda el alma.
                              Siempre tuya
                                                  Jazmine


Lourdes Massimino
Cuatro Estaciones para Enamorarse –Primavera¬

jueves, 26 de julio de 2012

Roberto Arlt, obra de teatro


antaramlou en el espectáculo
presenta a


El fabricante de fantasmas

Género: Drama
Asistente de Dirección: Ignacio Martín Barberán
                                                     Dirección: -Patricio López Tobares 

`El Fabricante de Fantasmas` de Roberto Arlt es una obra polémica y adelantada a su época. Pedro, un escritor de teatro, que tiene un matrimonio lleno de humillaciones y frustración, asesina a su esposa. A partir de allí sus remordimientos toman forma y lo llevan a un camino entre el terror y la locura.
Funciones

Teatro El Búho
4342-0885
Tacuarí 215
Capital Federal
Horarios: dom. 19:00

 Nota para mis seguidores
 Ignacio Martín Barberán ( es el hijo de una gran amiga Marta Minuzzi)
     ¡Bienvenido a la Compañía Ignacio Martín Barberán!

Para ver más
http://www.elfabricantedefantasmas.blogspot.com.ar/

lunes, 23 de julio de 2012

Escrito a mano


                                                                                       
Guillermo Jaim Etcheverry


       En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan la grafía. En Francia también se considera que no se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros.
       Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.

       En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras.

       Por su parte, el escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración.

       Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros.

       Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo.

      Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra de imprenta. Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere.

      En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva.

      Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del tiempo. Un artículo reciente en la revista Time , titulado: Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que es ése un arte perdido, ya que, aunque los chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, "nuestro objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia".

      La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un tiempo, no la podremos leer". Abriendo una tímida ventana a la individualidad, aún firmamos a mano. Por poco tiempo...


El autor es educador y ensayista

domingo, 22 de julio de 2012

Mi viejo




Resoplan en mi corazón los perpetuos recuerdos
Cuando junto al fogón me sentaba en tu regazo
Cuando le saqué las rueditas a mi bici naranja
y te hacía correr
Pisar las crocantes hojas amarillas
Las cincuenta y pico de cuadras hasta lo de la abuela
Bordeando la plazoleta…
Buscando otros colores.
Llegar al calor del bungalito con los cachetes color tomate
Comer las florcitas rosadas y contarle secretos a las campanitas
El olor a barro húmedo mezclado de arena en una vasija
Jugar al sordo que al fin era el gordo que más escuchaba
Tu lucha colmada de fortaleza
El brillo de tus verdes
Con tu jopo despeinado
(Era el semáforo en rojo)
…Esa paciencia incalculable
O por mis rezongos no alcanza lo blanco de tus cabellos
Esas dos o tres pavas de mate contemplando silencios…
Como pasa el tiempo…
Y hace tiempazo no me tomo un minuto
para abrazar a mi viejo…


María Laura Duran Winter
       
     Joven escritora nacida en Esquel- Chubut.

jueves, 19 de julio de 2012

Una lección de vida


He aprendido que nadie es perfecto,
hasta que te enamoras.

¡¡He aprendido que la vida es dura, pero yo lo soy más!!

He aprendido que las oportunidades no se pierden nunca, las que tu dejas marchar..., las aprovecha otro..

He aprendido que cuando siembras rencor y amargura la felicidad se va a otra parte.

He aprendido que necesitaría usar siempre  palabras buenas..., porque mañana quizás se tienen que tragar.

He aprendido que una sonrisa es un modo  económico para mejorar tu aspecto.

He aprendido que no puedo elegir como me siento..., pero siempre puedo hacer algo.

He aprendido que cuando tu hijo recién nacido tiene tu dedo en su puñito..., te tiene enganchado toda la vida.

He aprendido que todos quieren vivir en la cima  de la montaña..., pero toda la felicidad pasa mientras la escalas.

He aprendido que se necesita gozar del viaje y no pensar sólo en la meta.

He aprendido que es mejor dar consejos sólo en dos circunstancias, cuando son pedidos y cuando de ello depende la vida.

He aprendido que cuanto menos tiempo derrocho, más cosas hago.

¡¡Muchas felicidades!!

es la semana de la amistad

jueves, 12 de julio de 2012

Comparaciones


       Pobre Timoteo. Su mamá no lo deja en paz ni un solo instante. Quiere que se case y pronto, pues según dice, ella se morirá y no quiere dejarlo solo en este mundo desalmado. Ir a visitar a su madre, doña Pancracia, es un verdadero suplicio. No hace otra cosa que lamentarse porque en el pueblo no hay una sola muchacha que se enamore de su hijo, pero uno se pregunta ¿y quién puede quererlo? Es tan feo… tiene un cabello que parece una mata de espinillos y sus ojos son igualitos a los de un pescado moribundo.
       No es exageración, el otro día me crucé con él y al ver su boca no pude dejar de pensar en el buzón que acababan de poner en la esquina. Lo vi de perfil y me vino a la mente la frase de Juanita: ¡¡¡¡Timoteo tiene una nariz que parece la trompa de un oso hormiguero!!!! Amén de otros comentarios que suele hacerme, y que aunque el pobre muchacho me de mucha lástima, no dejo de coincidir con sus dichos bastantes acertados. Se lo ve flaco como un silbido del que cuelgan brazos que parecen bufandas al viento y que terminan en manos cuyas uñas lucen como garfios.
       En el pueblo se ríen de su forma de caminar, casi diría graciosa, con sus dos piernas arqueadas y sus  pies como patas de avestruz. La semana pasada alguien me preguntó qué podía decir de su aspecto en general y yo me quedé sin respuesta.
       Mientras volvía a mi casa pensé, y sí, tendría que haber respondido que se lo podía comparar con un rompecabezas armado por las manos torpes de un loco encaprichado.

                                                    
                                                                                            Chichita Martínez
                                                                                                         marzo de 2012

El hombre y la naturaleza en los cuentos de Horacio Quiroga

Aporte: Profesora Inés Punschke

    En la obra de Horacio Quiroga existen muchos temas interesantes; “El Hombre y la Naturaleza” en sus cuentos, es uno de los más totalizadores y además es muestra de los gustos, ideas y experiencias del autor.
    El narrador da vida a un mundo y a sus personajes, no obstante la grandeza de toda esa ficción existe si ellos son verdaderamente libres.
En algunos de sus cuentos el hombre, es el centro de la acción mientras que en otros parece ser un personaje secundario, débil ante la magnitud que lo rodea, ante los peligros que lo asechan, como una parte más de lo creado.
    Podemos ver en varias de las narraciones el tremendo desamparo de este ser, perdido en inmensidades misteriosas de la selva, llena de peligros desconocidos. Allí encontramos seres agobiados por el peso de sus historias; personajes que quieren rehacer su vida, ocultarse otros, o simplemente vivir en este medio y algunos misteriosos que trabajan unos días y luego desaparecen en silencio, como si la selva se los hubiese tragado.
    Tipos exóticos, arrastrados desde todos los climas, además de los naturales y vecinos, como argentinos, brasileños y paraguayos. Verdadero conjunto de razas y lenguas; pero todos se entienden y llegan a ser buenos amigos,  hasta fieles colaboradores, unidos muchas veces por la fatalidad o por la desgracia.
    También se encuentran seres fantásticos, imaginativos, inventores y optimistas junto a borrachos empedernidos  que ruedan de boliche en boliche, como lo dice el propio autor en “Los desterrados”,”tipos pintorescos”.
    Así desfilan, dibujados en firmes trazos, ricos de expresión, inolvidables para los lectores.
Lo que no muestra el narrador son las emociones. El hombre lucha, se desespera, imagina, pero nunca aparecen sentimientos demasiado marcados o al menos el autor disimula su expresión.
No son estos personajes, lo que llamaríamos triunfadores por eso generalmente desaparecen absorbidos por un destino inexorable; víctimas de poderes naturales.
Ellos marchan a la deriva, fracasando terriblemente ante el juego de las fuerzas implacables.


    La naturaleza presentada por Horacio Quiroga es excepcional, misteriosa, traicionera, llena de peligros y de asechanzas desconocidas; áspera y primitiva; rugiente e inhospitalaria.
    El autor la describe de tal manera que se muestra a sí mismo dentro de ella. Estas descripciones son precisas, concretas, permiten tener una visión casi exacta de la naturaleza atrapante, haciendo al lector partícipe y  recibiendo así sus verdaderas impresiones.
    El paisaje tropical de Misiones aparece en 1917 en la obra de Quiroga, en “Cuentos de amor de locura y de muerte” (aunque algunos de los cuentos que la componen, ya habían aparecidos publicados en revistas).
     Él se muestra en un principio, encantado y aterrado por aquel mundo virgen y poderoso. De aquí sacó el elemento vivo que se contenía en él, hombres y animales para penetrar a fondo en el alma de unos y entrever también en el interior de los otros.
     Se adivina a través de sus narraciones el tremendo desamparo del hombre; son muchos los tipos que aparecen y desaparecen sin que se sepa nada más de ellos, como si la selva se los tragase.
Los elementos que se encuentran en mayor número en sus cuentos son: el sol, el río Paraná, la selva inmensa, las alimañas, y especialmente las víboras.
     Esto posibilita la creación de fábulas, donde vemos que el autor conoce muy bien las características de los animales de la región. Uno de los más trabajados, admirados y a la vez temidos son las víboras y dentro de ellas más especialmente las venenosas; porque ellas son una amenaza permanente para la existencia del hombre y de los animales domésticos.
      En otras ocasiones la selva es el lugar hostil donde la voluntad humana se pone a prueba o donde  se puede observar al ser humano destruyéndola. No es solo el hombre, rudo habitante de esta jungla tropical, sino la naturaleza misma; bestias y plantas entregan sus características. El autor revela a la vez: al ser primitivo, al peón de los obrajes, como a la vida elemental y enigmática de las serpientes y de las hormigas; el alma feroz del capataz, de esas factorías extractivas como al sueño sensitivo de la flor crecida en las humedades o la semiconciencia del perro que está casi en el umbral de lo humano.
      Hay una identificación de Quiroga con el personaje y el paisaje propio de la selva, debido a su filosofía de vida se puede decir que proyecta su idealismo en ella; a veces hasta se puede observar un equilibrio entre selva y hombre.
     El cuentista se incorpora a lo tremendo, grandioso, a lo que subyuga pero también a lo que duele y no tiene solución porque simplemente es así.
    Hay como una entrega mutua entre el hombre y lo salvaje; son hermanos en el destino de libertad y los efectos que trasmite son verdaderamente grandes y profundos.





PARTIENDO DE LO EXPRESADO ANTERIORMENTE
 E PROPONE APLICARLO EN LAS SIGUIENTES FORMAS:

1- VISIÓN EXTERNA Y CREACIÓN OBJETIVA EN: “A La Deriva”, “Los Mensú”, “La Insolación” y “La Miel Silvestre”

2- LA INCORPORACIÓN DE LA NATURALEZA AL MUNDO LITERARIO EN: “El Salvaje” y “Anaconda”

3- EL ARTISTA DENTRO DE LA OBRA Y EL USO Y TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA POR EL HOMBRE EN: “Los Desterrados”, “El Hombre Muerto”, “El Desierto” y “El Hijo”

Sensible


Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, en medio
de las llanuras del enojo, profundas y desiertas.
“La destrucción”  Baudelaire



Mis tristezas nunca se alejan porque nacieron en un crepúsculo, nacieron en la fase declinante que precede al final, y todo final está cubierto por la pátina insoportable de la melancolía, que es vaga, profunda, sosegada y permanente. Duermen junto a mí, viven en cada rincón de la casa; también las he visto en la calle, digo que las vi porque ya han dejado de ser abstractas, ya no son un mero sentimiento, pueden transformarse en un perro abandonado, en una paloma ciega, en el chico solo que pide monedas en un tren, en la nena que devorada por las madrugadas vende flores marchitas.
Mis tristezas están ahí al alcance de la mano, circulan por mi cuerpo como una bilis, atormentadora y pertinaz, y a pesar de todo, imagino que si ellas me abandonaran las echaría de menos.

Betty Tous
Junio 2010

                
                                                          

domingo, 8 de julio de 2012

La ultima tentación


      Hay quienes argumentan que mis dichos son falsos. Otros, que un mal de la mente me tiene cautivo. Otros sugieren que formo parte de un complot. Es tal la insistencia sobre mi falta de cordura que me siento obligado a dejar testimonio escrito de los sucesos acaecidos. Se cierne sobre mí el fantasma del encierro. Mientras tenga el aliento y la voluntad necesarios. Mientras la libertad que me dan las palabras me permita dejar esta advertencia, haré un esfuerzo sobrehumano. Sin embargo entre la vida y la muerte hay una instancia decisiva.
      Una tarde deambulaba por el bosque próximo a la villa donde crecí, y me alejé demasiado. Cuando se acercaba el atardecer di con una vetusta construcción perdida entre follaje y arbustos espinosos. A pesar de que todavía había cierta claridad, decidí que pasaría la noche allí. Entré por un hueco en un miro lindero
      Comencé mi exploración munido de un farol que encontré en lo que parecía un claustro. Un sonido distante me condujo a un espacio alejado de los salones principales. Los techos carcomidos, las paredes cubiertas de musgo me acompañaron hasta que aquel eco devino un cántico ceremonial.
El ventanuco de una celda trancada por dentro dejaba escapar una plegaria indescifrable. Tuve que forzar la cerradura para entrar. Frente a una mesa de madera raída, la figura casi fantasmal de un monje llamó la atención. Sumergido en sus meditaciones pareció no advertir mi presencia. Su rostro llevaba escrito como en un arcaico pergamino un mensaje que en ese momento no supe dilucidar.
       El hombre de edad indefinida levantó la mirada, y sin más comenzó un relato que revivo como pesadilla noche tras noches:
      –– Un atardecer cuando volvía al monasterio me deslumbró un objeto que yacía semienterrado por la maleza. La luminosidad del hallazgo me hizo abandonar mis cavilaciones y me impulsó a rescatar el motivo de mi curiosidad de entre la espesura. Primero vislumbré un sello a modo de candado que dejaba ver un ideograma de extraños símbolos jamás vistos por mis ojos conocedores de jeroglíficos Tentado por la intriga cavé sin descanso hasta que mis manos sangraron.
Tras el sello, una tapa trozo de cuero desgastado. Había hallado un libro que, por su sello oriental, debía datar de varios milenios atrás. Me senté bajo un árbol para escrudiñar mi descubrimiento misterioso. Una suerte de magnetismo mantenía mi mirada cautiva. Resolví dejarlo en su escondrijo, me pareció lo más prudente.
       Mientras regresaba sentí que el peso del cuerpo me abrumaba, lo atribuí al cansancio. Como persistía la sensación se me ocurrió echar un vistazo a mi alforja. Allí estaba el ejemplar, ya era tarde para desandar camino. Debería esconderlo en el monasterio hasta que supiese qué hacer con él.
       Aunque me carcomía el deseo de descubrir sus secretos, pergeñé una estrategia. Una oración que me había sido transmitida en los primeros tiempos a modo de exorcismo sería mi defensa.
Nunca pensé que mi osadía recaería con tanta furia sobre la comunidad.
        Era de noche cuando llegué, el tiempo había transcurrido sin que yo tomara conciencia. La puerta de acceso, que permanecía abierta durante el día para  los peregrinos y visitantes, tenía puesto el cerrojo. Caminé bordeando el muro, la portezuela de la granja estaba entornada. Debía estar siempre con cerrojo o los lobos entrarían a arrebatar las aves de corral que criábamos para nuestro sustento.
       Temía ser descubierto, era uno de los monjes más jóvenes de la congregación y había reglas estrictas sobre mis salidas. Recorrí los pasillos con la actitud de una sombra. Entre en la cocina. En caso de que me descubriesen podría alegar que había ido por un vaso de agua.
       Espere unos instantes, crucé el jardín del claustro. La cabeza cubierta por mi capucha, las piernas trémulas y el aliento entrecortado. Mis manos torpes giraron el balancín de la puerta de la biblioteca. Un chirrido quebró la quietud. Una puerta crujió. El hermano cocinero se asomó, me oculté en un ángulo oscuro y aguardé. Cuando advertí que había vuelto a recluirse aceleré mis pasos. Ya en el interior de la biblioteca fui decidido a un estante bajo, un lugar inaccesible cuando los huesos no son aptos para tales hazañas.
       Al sacar el libro de mi alforja sentí que tocaba brasas encendidas, un dolor inesperado trepó por mis manos y caló mis huesos. Intensifiqué mis rezos. A pesar del incidente, volví a intentarlo, me pareció cargar el peso de una mula. A duras penas lo apoyé en el estante y lo empujé con extrema dificultad hacia el fondo. Reacomodé los libros que había quitado y me alejé.
      El cuerpo me agobiaba, me sentía débil. Los nervios y el miedo a ser descubierto me habían dejado exhausto. Al notar que clareaba la madrugada me lance presuroso a mi celda. Pensaba que había resuelto el problema, y sabía que aun me quedaba una hora de sueño. Más descansado sabría qué hacer. Las señales recibidas me daban la pauta de que un poder oscuro habitaba entre esas páginas.
      El sonido del anuncio a las oraciones matutinas me pareció un tañido lejano, un repique desdibujado por la duermevela. Unos golpes potentes me despabilaron. Me vestí con prisa. Entre salto y salto me calcé las sandalias en el camino. El abad se me acercó y atribuyó mi aspecto demacrado a la mala alimentación. Era muy flaco para mi edad y mis músculos estaban desdibujados por el hábito de color marrón.
      Luego del almuerzo pasé por mi cuarto, y descubrí mi alforja caída a un costado del camastro. Estaba seguro de haberla dejado sobre la mesa. El libro asomaba debajo de la tapa. Quedé desconcertado. El siniestro códice parecía llamarme. Lo abrí con temor y excitación. No pude evitar leer. Aquellas páginas camaleónicas desataron en mí una batalla feroz… La epopeya heroica de un guerrero, la lírica desenfrenada de un amor prohibido, las confesiones pudorosas de una adolescente, la historia truculenta de un asesino, las alabanzas a un rey del medioevo. Todo tendía a desvanecerse como mensajes escritos en la orilla del mar. Los relatos se desgranaban en palabras sueltas como hojas a merced del viento de otoño. Cabalga la muerte… aliento de centurias… destino macabro… Cielo… sol… amor… niña…
      Después de tan ingrato descubrimiento sentí que, como un tempano, el libro helaba mis manos. La caligrafía comenzaba clara pero iba mutando hasta desdibujar los caracteres del alfabeto. Pero instantes después las letras renacían en una nueva historia, adoptaban trazos más femeninos, o más aniñados quizás. Otras veces reflejaban una escritura como cincelada en piedra de tintes más varoniles. Intuí que aquella aberración devoraba hasta el último aliento de quién osare dejar huella en sus páginas. En esos instantes de duda, pluma se materializó frente a mí. Intensifique mis plegarias, no podía ceder. La decisión final de dedicarme solo a la lectura es lo que hoy me permite estar aquí.
       Pasé el resto de la jornada muy inquieto. Aunque no había evidencia de quemadura, el ardor persistía en mis palmas, se me caían las cosas de las manos. Esa misma tarde tomé el libro y lo escondí en mis ropas, entonces me dirigí a la granja con la excusa de alcanzar unos víveres al cocinero. Cerca del granero hallé el escondite perfecto, un hueco en el muro y coloqué unas pesadas rocas para evitar que alguien descubriera mi hallazgo.
        A la hora de dormir caí rendido y tuve sueños extraños. La idea de que existiera embrujo tan tenebroso irrumpía en mis sueños. Así fue como vislumbré entre nebulosas oníricas huellas de los personajes de las distintas caligrafías. Una capelina de tul, luego una espada antigua, más adelante un echarpe de seda, bajo un arbusto una pipa que aún humeaba y una muñeca de trapo sobre una roca.
        La mañana siguiente intenté escabullirme, necesitaba salir de aquellos muros. Me ofrecí para ir al mercado para vender nuestros productos. Pero mis ojeras lucían el color de la noche más cerrada, el abad sonrió agradecido pero rechazó mi oferta.
        Pasado el almuerzo me oculté tras un cerco esperando la ocasión de huir. Pero el hermano administrador que paseaba por allí me descubrió y tuve que retornar a mis faenas.
        Esa noche volví a mi celda resignado. Entonces las pesadillas se hicieron más intensas. Vi al hermano jardinero hurgando en el muro, vi como su semblante se tornaba incandescente, vi el frenesí en su pulso tembloroso. Lo vi joven y vivaz por unos momentos, luego enjuto y consumido.
Me desperté alucinando, mis sienes estaban calientes. Intenté incorporarme pero una fuerza descomunal me desplomó sobre el lecho. Hacia el mediodía un bullicio sospechoso me despertó. Me asomé a la puerta. Los monjes corrían de un lado a otro dejando escapar frases entrecortadas, el hermano jardinero…  lo hemos buscado por doquier…  ha desaparecido…
         Un aullido de terror llegó desde la zona de la huerta, retumbó en los muros, e hizo vibrar los vitrales de la capilla. Con mucho esfuerzo entorné la puerta, un hermano que regresaba del lugar me contó que el jardinero estaba muerto y que una luminosidad siniestra centelleaba en sus ojos desorbitados.
        Ante semejante revelación mis huesos crujieron y de la fiebre pasé a sufrir escalofríos de una magnitud tal que hasta oí mis dientes como castañuelas. Me abatió la culpa con su pesado manto. Había cometido un error fatal al haber creído que el influjo del libro solo pendía sobre mi pellejo.
        Aunque me costase la vida ese mismo anochecer intentaría alejar el libro del monasterio. Quizás lo fuera a despeñar por un acantilado, o lo quemase en una hoguera. Debía vulnerar aquel poder que estaba sembrando la muerte entre nosotros. Un rastro luminoso me señaló el hueco en el muro. Pero el libro había desaparecido.
       Al día siguiente, al llegar la hora de la cena. La mesa desierta del comedor, los platos apilados, las soperas vacías fueron el anuncio de una nueva tribulación. Así fue como se sumó el hermano cocinero. Al atardecer de la tercera jornada la argolla de metal del conserje que reunía todas y cada una de las llaves del monasterio fue hallada sin su dueño en un rincón de la portería.
        El abad estaba consternado. Estábamos bajo su responsabilidad. Ordenó entonces que permaneciéramos de a pares. La calma duró un par de días. El hermano administrador, preocupado por las finanzas del convento había trabajado hasta tarde, su compañero se había quedado dormido. En el escritorio, el tintero volcado sobre los papeles comunicaba otra terrible noticia.
        Cuando solo quedaba yo con vida, decidí refugiarme en la capilla, creía que allí estaría a salvo. Había aprendido a vencer el influjo de aquel engendro del mal. Sin embargo, por el frio y el agotamiento me vi forzado a encerrarme en esta celda.
       Te he esperado por siglos. Has llegado. Ya puedo partir… Tras estas palabras su piel se tornó traslúcida, su aliento se volvió suspiro. La muerte cerraba sus ojos con un manto de serenidad.

        Estuve tentado de acercarme al rincón en que relampagueaba una extraña claridad. Me alejé despavorido. Corrí sin descanso los kilómetros que me separaban del pueblo como quien huye de la peste. Entré en mi morada casi sin aliento. Había arrancado de las manos del anciano una de las hojas del libro. Pasé días hasta darme cuenta de que el libro estaba en mi poder. Pero la plegaria me protegería. Había memorizado el texto. Eso me ha posibilitado llegar a usted, Señor Alguacil. Mis días están contados, mis fuerzas devastadas. No he podido deshacerme del libro, solo he atinado a encerrarlo bajo siete cerrojos en este cofre que ahora le entrego. Necesito que usted proteja al pueblo de esta aberración. Pude ver al funcionario tomar el cofre en sus manos y depositarlo en el suelo.         
        Observé como dos hojas abatidas por el tiempo se deslizaban hacia un ángulo sombrío del despacho. Fui testigo de que un movimiento extraño sacudía el pequeño baúl. Vi como las cenizas de la plegaria carbonizada en el hogar volaban por la ventana como queriendo huir de la desgracia.
        No sé que fue del libro,

        Junto al cadáver momificado de un hombre de tiempos inciertos se ha encontrado el siguiente texto:
“Quizás en el futuro algún lector ingenuo sucumba a la tentación de leer este relato
 que yacía abandonado bajo un antiguo libro en un pueblo desierto”.


                                                                                                    Lou Massimino
                                                                                                                      2012

En el desencuentro

      Lugar de ensueño, entre aguas cristalinas la tierra se adentra,
como reclamando el lugar. En sentido contrario elevaciones muestran
fecundos olivares, la paz de ellos se enfrenta con las tempestades del
mar. La ciudad es huella de muchas civilizaciones, ya en aquellos años
se mostraba como lugar místico y de encuentro de dioses. Aún palpita
en sus callejuelas empedradas la injusta historia y si bien nacida allí su
cuerpo no lo está.
      Cerrando los ojos, se observa que su caminar es cadencioso,
firme, decidido; su Señor le acompaña y ella no es ajena a esta
experiencia. Apenas veintisiete años, plena juventud camina hacia la
tortura y la muerte. Los déspotas creyeron que sacrificándola el mundo
vería que es contraproducente pensar distinto que ellos, pero los tiempos
demostraron que no. Ellos se recuerdan cuando se desempolva un libro
de historia. A ella recurren los creyentes.
       ¿Qué enamorado era ese que quiso su muerte?
       Fue educada cristianamente en una familia de buen pasar. Niña
de pocos años queda huérfana de padre y en la juventud su madre la
compromete en matrimonio. Ésta muy enferma se cura milagrosamente
y el momento es aprovechado por Lucía para anunciarle que no se podrá
casar pues ella ha consagrado su virginidad a Dios y le ruega comenzar
a ayudar a los pobres. La madre accede, ante la incrédula mirada de los
ciudadanos.
       El pretendiente herido en su masculinidad, desconociendo la
libertad que brinda el amor, le acusa de ser cristiana ante el procónsul
del lugar. Apresada, es llevada ante el juez y aquel, ciego de ira por el
despecho de haber sido rechazado sigue desde un rincón lo que supone
el fin del camino.
      Tiempos de Diocleciano. Juicio de por medio, obró la injusticia.
       Débiles los hombres creyeron poder que mediante tortura el
enamorado quedaría vengado, no fue así; arrancaron los ojos de la
acusada, la vista recuperó, alzada la espada anunció que muy pronto
los cristianos serían dejados en paz y que el poder del tirano no duraría.
      No se equivocó.
      Sus ojos siguen enamorando al mundo. Ellos son la expresión
suprema de una pasión por la verdad. No pudieron con ella, su visión
fue más allá. El único ciego el pretendiente.
      Otros tiempos… en la casa reinaba el silencio, en todas las
habitaciones había pequeños grupos que trataban de entender lo ocurrido,
era esperable pero nunca se piensa en vivir el momento. En el living
estaba ella, contenida, observada, en silencio. Su rostro tranquilo
acompañaba en silencio, a todos aquellos que se reunían acompañándola
en esa muda mansión.
       De pronto Rodolfo toma mi brazo:
      –¿Me acompañas?
      –Por supuesto.
      Llegamos junto a ella, permanecimos allí de pie, sin pronunciar
palabra. Pasados unos minutos, Rodolfo con sigilo:
      –Viste, está igualita.
      –Tenés razón.
     No pude expresar nada más. A espaldas nuestras se oyó:
      –Pobre Rodolfo, que apreciación si él está ciego.
     Al igual que Lucía aquel 13 de diciembre, Rodolfo un primero
de año veía más allá del órgano faltante. Los ciegos fueron los incrédulos
que no creyeron que ellos sin la capacidad de los ojos, si pudieron ver.
       Percibir, tener la esencia y el conocimiento del momento. Mirar desde
el alma.
       Me dije "Qué coincidencia en el desencuentro al fin del camino"

                                                                                      Inés Punschke 2012

Crepúsculo vertical

                           
                                                      

     
        Llegamos y enseguida nos vinimos a la playa, ¿por qué le dicen “La Perla”? Pusimos las palitas y el balde en la arena, había mucho sol, menos debajo de la sombrilla, ¿sabe?.. Yo empecé a armar el castillo. Papá y mamá me ayudaron un poco y después se fueron al  agua. Hice la zanja y cuando llegué al final ya no sabía dónde estaba. Entonces me metí para buscarlos, grité y grité, pero ellos no me oían… de golpe no los vi más y quise salir.
       Así, con el agua lejos, la playa me da miedo, sillas caídas, y el suelo lisiiito como si lo hubieran barrido. ¿Me puedo quedar con usted, que es toda de espuma como una flor que tenemos en casa y se llama azucena, hasta que vuelvan mis papis?
      Por  favor, señora, no me suelte la mano, Y sea buenita, dígame el verso de nuevo.
      “…Y, figura erguida, entre cielo y playa, sentirme el olvido perenne del mar...”
      De veras no entiendo nada, ¿qué quiere decir “erguida”? ¡Ah!, ¿vio que ahora todos pisamos y no queda ni una marca en la arena?


                                                                                      Norma Obermann  2011 

Un baile sobre piso naranja


                                                                     Cuando piso una cancha me transformo,
                                                                         hasta me olvido de cómo me llamo
                                                                                                       John. P. Mc Enroe
  

       Agazapadas, las fieras blancas esperan el momento. De pronto ella, que estaba más retrasada, comienza una corta carrera. Él salta estirando todos sus músculos, ella flexiona sus piernas casi hasta el suelo y, de inmediato, él va a cubrirla. Sus movimientos son vertiginosos, pero nada ocurre al azar.    
       Cada paso está sincronizado, no necesitan más que mirarse para saber que deben hacer.
Andan detrás del animal, curioso bicho de zigzagueante vuelo, al que no quieren cerca ni demasiado lejos; y mucho menos atraparlo en la red.
      Hay veces en que lo acarician, en otras lo golpean con rabia. Todo esto, con la parte más viva y metálica de sus cuerpos. Parecería, por sus rostros de dolor, que son éstas las que sufren los azotes.
      Celosas guardianas de su hábitat rectangular, nada importa fuera de éste; ni el vuelo de los pájaros, ni el de un ocasional avión, ni siquiera los murmullos cercanos.
       El odio se escapa por sus ojos, sus dientes y puños apretados. Y la lucha continúa, las carreras breves, las patinadas, el sudor, la falta de aire y los corazones cada vez más calientes.
       Al fin, el bicho, ya sin sus cabellos rubios, deja de volar. Las fieras, ni tan enteras, ni tan blancas, ya sin odio, se acercan para besarse. Pero esos besos fríos para nada reflejan lo sucedido. Y recién cuando cruzan los blancos límites, regresan a su condición humana.


                                                                                            Diego Kochmann   2004

Un encuentro


      La conocí en un baile, enseguida me di cuenta que me miraba con interés.
     —Está linda la flaquita —le comenté a mi amigo Raúl.
     —Si, es pasable —me contestó con una envidia que no pudo disimular.
     Me acerqué a esa dulzura menuda, con ojos de almendra y dientes muy blancos y le dije:
     —Me gustaría bailar con vos.
    —Dale, no esperaba otra cosa.
    Así entre los boleros de Manzanero, interpretados por Luis Miguel, el ritmo caliente de Celia Cruz y otros temas, pronto nos dimos cuenta de que la temperatura de nuestros cuerpos se elevaba sin medida
      —¿Te gusta el buen café? —me preguntó sonriente.
     —¿A quién no? — respondí
     —Entonces, vamos a mi casa y vas a comprobar que en este mundo nadie prepara el café mejor que yo.
     Caminamos despacio por Uriburu y casi al llegar a Tucumán, mi flamante amiga abrió la puerta de hierro y cristal que custodiaba la preciosa, cuidada y antigua casa.
     —Pasá…, perdoname, no se tu nombre —dijo sonriente.
     —Juan Antonio, pero me dicen Tony.
     —¡Bah, la bendita manía de los sobrenombres! Yo me llamo Felisa ¿viste qué nombre horrible? igual lo quiero y no uso seudónimos.
    —Esta casa es fantástica ¿es tuya?          
    —Claro que es mía, la heredé.
     En ese paraíso me fascinaron dos cosas, el pequeño balcón ovalado, que extendía el living hacia la calle y cuyo pretil parecía estar tallado por orfebres y no por algún herrero con gran habilidad.
     — Era digno de los pequeños amantes veroneses. Y el otro objeto al que consideré precioso fue el tapiz de Flandes, convertido en alfombra que cubría una gran porción del piso de roble. Sentado en un sillón, aprecié las fragancias del café recién molido y el antiguo y siempre irresistible Chanel N° 5 con el que Felisa perfumó su humanidad. Mientras tomábamos café, advertí que la mirada de ella se perdía irremediablemente, vaya a saber en qué laberinto.
     —Felisa ¿vos sos dichosa?
     —Y esa pregunta ¿a qué viene? recién me conocés ¿y ya te preocupo tanto? no me gusta que toquen mi privacidad; pero te puedo revelar que en esta casa no me siento bien, tengo la constante sensación de que me vigilan, que me persiguen, que nunca estoy sola. Todo eso me desespera, especialmente por las noches.
     —¿Querés que te acompañe durante la noche? no vayas a creer que persigo un interés espúreo, yo dormiría aquí y vos en tu cuarto, y si deseás lo cerrás con llave.
     —Bueno, te creo, vos  podrías protegerme, quizá logres detener a los intrusos.
     Al día siguiente, cuando desperté, Felisa ya no estaba, se me ocurrió que me había apresado en su casa, pero comprobé que la puerta  de calle estaba abierta. Desayuné algo, mientras esperaba su regreso, y hasta pasé la aspiradora a la alfombra de Flandes, fue así que descubrí que en ella aparecía un joven,  ricamente ataviado —podría ser un príncipe—, y un servidor que lo asistía en esa escena de caza, también vi a dos perros lebreles y una fronda maravillosa. El príncipe tenía en su rostro un innegable gesto de crueldad y  una malicia  imposible de cubrir con la más refinada de las astucias. Ese ser eternizado en una alfombra, resultaba por demás inquietante. Salí del domicilio de Felisa y muy cerca del lugar compré mi pasaje de avión para viajar a Salta. A la vuelta tuve necesidad de ver a la enigmática muchacha, sí ella era enigmática y a la vez manejada por un pánico al que yo como sicólogo recién recibido deseaba erradicar de su vida. Toqué timbre, pero Felisa no me atendió; una mujer amable, dueña de la farmacia vecina, me dijo:
     —No se moleste señor, hace cinco días que a la señorita la encontraron muerta. La casa estaba limpia y ordenada, la pobrecita apareció con mordeduras de perros en el rostro y en el cuello y dicen que el criminal usó una flecha muy antigua con la que le atravesó el vientre ¡Pobre señorita Felisa, tan amorosa y buena! Sin pensarlo dos veces llegué a la comisaría de la zona y quise dejar asentada una denuncia, diría: “Yo se quien acabó con la vida de Felisa, confisquen su antigua alfombra de Flandes, allí hallarán al culpable”. Soy audaz pero tardíamente reflexivo, si llegaba a confesar eso —algo absolutamente cierto— acabaría en un  hospital para enfermos mentales; dadas las circunstancias preferí salir calladamente y con las manos en los bolsillos caminé hasta el subte y me alejé con rumbo desconocido.
                                                                                      
                                                                  Beatriz Tous    2010     
      

Un día cualquiera


 Hoy debiera ser un día como cualquiera
 De los muchos que a tu lado yo he vivido
 Más presiento que no será lo mismo
 Será el primero de muchos solitarios

 Hoy debiera ser un día como cualquiera
 El mismo sol, el mismo gato en la ventana

 Ahora que ya no estás mas a mi lado
 A mi mente le asaltan muchas dudas
 Quiere saber si de verdad viviste
 O eras copia que mi mente proyectaba

 Hoy es un día como cualquiera
 En mi jardín hay una rosa perfumada

 En el anhelo de encontrar al ser amado
 Cometer los errores nuevos quiero
 Vivir esa locura que lleva a la razón

 Sabiendo que la razón de amar es la locura

 Hoy será un gran día, no como cualquiera
 El sol esta en el cenit y el vino que me espera.

 La vida es una espera que no acaba
 Libar quiero de ella todas las dulzuras
 Las del dulce dolor que no nos mata
 La del vino que siempre nos consuela.

                                                   
                                       Silvana Salvucci 2006

notas al pie

Datos útiles y algunos Comentarios

Sobre la arena acostada


                                                                                Horizontal es la noche en el mar,
                                                                           gran masa trémula
                                                                           sobre la tierra acostada,
                                                                           vencida sobre la playa.
                                                                                El estar de pie, mentira.
                                                                                Sólo correr o tenderse.
                                                                                                                     Pedro Salinas
 
      Cuando me tendí en la arena de mi desierto, lo que buscaba era expandir mi realidad sobre la Tierra. Mi lugar ganado por derecho al nacer, un espacio no sólo corporal sino también y por sobre todo, el lugar para un yo completo. Mi presencia física subrayada por lo psíquico, la mente, lo espiritual, que me redondearan. El “para dónde voy, o el cómo” no era lo importante. Lo que importaba era saber “si estoy, quién o qué soy, y para qué o porqué estoy”, y lograr transitar ese camino adecuándolo. O adecuándome. ¿Dónde estaría yo por mi mismo, sin mi bagaje de cuerpo, mente, espíritu?
       Porque lo realmente penoso, era tratar de entender ese intento frustrado de mi madre de abortarme, ella misma enredada en sus propias dudas, en sus propios temas.
       Comencé a crecer entre murmullos, erguido aunque flotante. Acostado era mi lugar, cuando las estrellas hacían luces en el intento de mediar con mi pasado. Buscaba levantarme, que ella me alzara en sus brazos filiales para lograr el equilibrio sobre mis propios pies. No era mentira, no, cuando me quiso negar, mínimo yo, amordazada mi boca en la oscuridad silenciosa, mientras ansiaba mi propio sonido en el sonar de la Tierra. Ser uno más, sólo alguien, un ser viviente para vivenciar el vivir de entre las otras tantas vidas. Ella tuvo ese intento de postrarme para siempre, pero mi fuerza o mis ganas pudieron más. Y me quedé entre titubeos, una masa trémula sosteniéndome apenas. Por eso el silencio por eso el correr y tenderme por eso la calma horizontal. Traspasar el tiempo, no romper las normas, no el equilibrio. No importa dónde ni cómo. No dejaría llevar mi jardín a otro lugar, a otros universos del que sólo tenemos sospechas, ni quebrar mi destino.
       La experiencia del vivir, ahora lo sé, es prodigiosa, disuelve dudas, las arremete y de a poco nos hace un todo. Logré sostenerme cuando a veces dando pasos o a tropezones, llegué hasta donde estoy. No fue como el bicho feo que se larga con su canto y  sonoridad fuertes. Adquirí habilidades, agitado fui ganando lugares, engordé mi mochila de viaje. Desde algún lugar, allá arriba en el mar de la serenidad, esa zona oscura, divina o sagrada, quizás ya habían creado mi temple de acero en tiempos lejanos. Fue cuando me extendí y me busqué bajo el sol, bajo la niebla, aún en la noche oscura, o por entre la luz de la luna en las noches claras. Era hermoso escuchar el tamborileo de luces de las estrellas que bailoteaban como aguardiente, me hacían guiños dando vuelta sus caras. Como si caminaran mirando para todos lados, por eso colisionan cuando explotan y se pierden hechas polvo en la eternidad. Que es a la vez como se forman, desde el polvo. Y es como acabamos.
       Emergen mis deseos como flores de la nada, quedan flotando en el mundo esotérico  donde nacieron. Pienso que esa monstruosa galaxia, esa bóveda de planetas, asteroides, lunas y soles y cometas, está cargada de historias y de sueños de los hombres que alguna vez las vivieron en este lugar. Que se hicieron estrellas, que no se han perdido. Y la magia de la música que aquí han creado, y la de sus voces, es más bella aún que el silencio de todas las constelaciones.
       Mientras avanza mi chalupa en el río de la vida, temo que estoy vagando a merced de mi mismo. Viajero en la noche no tengo sosiego, mis ilusiones son a hurtadillas. Busco mi imagen por caminos dispares.      
        Es cuando aparece ante mí una puerta, está cerrada. La abro. Me encuentro con otra espejada, en la que empiezo a vislumbrarme y aunque me veo entero, estoy desdibujado y distante. Necesito definir mis formas, atravesar los reflejos del inconsciente, los arcaicos y los frescos, ir hacia mí. Por lo cual debo salir a buscarme desde el cosmos, donde nos vaporizan las moléculas de energía que nos soplan la vida. Surgen de la fuerza del sol, ingresan por los polos atraídos por la gravedad de la Tierra en una maravillosa explosión de seres con vida propia. Como en una percusión, es inevitable no percibir el alboroto mudo de la conjunción de los planetas.
       Me hace bien pensar que tal vez tenemos hermanos siderales con otra armadura y otro cantar. Por eso quiero sondear desde mis puertas ese yo en el que podré reconocerme, que encaje con mis valores y mis no valores. Aspirar los aires del azul infinito en busca de mi vibración. De ese modo captar algo del volumen confuso de mi interior. Debo encontrarte madre, para encontrarme, o mis silencios de hoy serán mis silencios para siempre.
      Cuando apareció la otra puerta, no la abrí porque me di de bruces en ella. Estaba en medio de La Creación, Yo, el único. Me reconocí en la trama agridulce de mis sentimientos, en los claroscuros de mis emociones, en mi carcaza singular. Escuchar mis voces, mis silencios, saber que un día entraré en ese sueño eterno que a todos nos espera. Todo aquello estaba, en el tiempo de mi progresión hablaban de mí. Pude encontrarme en mi corazón palpitante, dentro de cuya carnadura encajan mis peculiaridades. Al fin, me dije, éste soy yo. Singular, y de pie.
      El tiempo pasó, fue pasando. Cuando cerré aquel par de ojos para siempre y besé sus manos frías, le di mi absolución. Al levantarme ya tibia la mañana, arrojada la noche al vacío, tambaleante, empecé a andar. Sentir crujir bajo mis pies desnudos la sensación de vida. Pasito y otro, otro paso y más. Mi alma es libre, soy un ser andante. Un pasito y otro, un paso y más.

                                                                                       Luisa Malezian, octubre de 2011

sábado, 7 de julio de 2012

Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea.

     ¡¡¡Gracias Licenciada Lina Mundet!!!
 Por haberme conducido con mano experta en el camino de las letras,
 por permitirme compartir sus logros como:
     *Primer Master en Comunicación de la Argentina.
    *La Mujer del Año en la Cultura allá por los noventa.
 ¡¡¡Muchas gracias!!! Otra vez
     Porque nunca será suficiente la alabanza a tu excelente labor...


http://www.caminosculturales.com.ar/2012/07/el-instituto-superior-de-letras-eduardo-mallea-ofrece-una-propuesta-educativa-de-primer-nivel/#comment-2143

viernes, 29 de junio de 2012

El postre de menta


      La mujer de pie mira por el gran ventanal desde lo alto. Es de noche. A lo lejos brillan una multitud de luces encuadradas.
      Piensa, “qué habrá, quiénes habitarán esos espacios iluminados por tantos brillos, sería divertido merodear un poco”.
      Su imagen se refleja en el vidrio como si fuera un espejo, y de pronto siente que sale al espacio oscuro. Va de un lado a otro.
      En un dormitorio espacioso, una cama revuelta en la que el amor-pasión se desenvuelve sin atajos. Risas, murmullos, caricias, suspiros entrecortados, movimientos leves, por momentos frenéticos. El clímax se alcanza. Quedan extenuados.
      El sueño llega y los dos se duermen. La mujer hermosa, abundante de toda abundancia, se acurruca satisfecha. El leve parpadeo de sus ojos cerrados indica que sueña.
      ¡Qué envidia!, se lamenta ¿Cómo hacer para que “su” hombre aburrido e indiferente, actúe y sienta como ese joven vital,  de brazos torneados, y belleza exótica que espió por la ventana?
      La trama empieza a tejerse, el azul es un hermoso color para avivar el fuego aunque delataría la intención. Elegir el momento adecuado podría ser un problema.
      
      Aquella noche la mujer preparó una mousse de licor de menta y chocolate, el preferido de su esposo. En una porción disolvió dos pastillas azulinas que pasaban inadvertidas.
      Cenaron. como siempre su marido estaba “¡tan cansado!” que se fue a acostar, entonces ella le llevó a la cama el postre en una bandeja mientras él miraba absorto un partido de fútbol.
      Entre chácharas y puteadas por los goles perdidos, lo fue saboreando mientras festejaba la feliz idea del postre en cuestión... El televisor estuvo a todo volumen hasta que finalizó el partido.
      Mientras tanto ella se “producía”,  se ponía su mejor camisón transparente, se colocaba detrás de cada oreja y en sus muñecas unas gotas de “Opium”, su perfume predilecto.
     Al salir del vestidor se parecía a la “abundante de toda abundancia” pero con unos kilos más puestos de “regalo”. Su hombre no dijo palabra, tenía los ojos cerrados, su brazo caía hacia el borde de la cama. Lucía ese tipo de rigidez que nunca hubiera imaginado..
           
 
Raquel Guerra
                 2011

El Unicornio

     Era una noche preciosa. En el cielo, pequeñas estrellas de hermosos colores iban apareciendo. La paz era total. Hasta que, por un breve instante, me pareció ver entre unos arbustos cercanos al bosque una figura blanca, de cabellos plateados que se movían al ritmo del viento, sus ojos se asemejaban al de dos rubíes. Pero luego desapareció.
     Llego la noche del otro día y me dirigí al bosque. Las copas de los árboles permanecieron inmóviles hasta que me acerque, cuando empezaron a tambalearse ruidosamente. Me adentré sigilosa y cautelosamente en él. Caminé durante horas hasta que encontré una especie de jardín secreto. Lo recorrí. En él había rosas, violetas, y millones de flores más.
    Cerca de allí se encontraba una cascada. Y en ella tomando de su agua cristalina, el animal misterioso se encontraba. Yo me escondí y lo observé callada. Desde mi punto de vista no se veía muy bien, ya que la iluminación era escasa. Cuando el animal levantó su majestuosa cabeza, todos, hasta el más pequeño de sus detalles se destacaron a la luz de la luna. Era un unicornio. La criatura más bella de todas. Su cuerno enroscado lo delataba. Su cuerpo blanco y ágil no tenía comparación.    
      Sus ojos rojos se enmarcaron en mi mirada, era como si él supiera que me encontraba allí. Una suave brisa se llevó las ideas. De pronto, unas pequeñas luces empezaron a llenar el terreno. Eran de distintos colores. No podían ser estrellas, pensé. Hasta que pude ver una que pasaba volando cerca de mí. ¡Eran hadas! Ya estaba muy cansada y el unicornio se había ido. Así que me marché.
Pasaron los días y yo seguía yendo.
      Un día lo logré. Me atreví a acercarme a aquel ser mitológico. Sin querer tropecé con una piedrita pero me equilibré justo a tiempo. Parecía que había hecho una reverencia. Miré al unicornio para ver si seguía estando allí, y él me miró. Hubo un silencio en el que seguí mirándolo y él a mi. Hasta que de la nada, un niño de cabellos dorados y ojos azules me dijo:
     ––Dejará que lo montes si prometes no dañarlo.
     Aquel chico parecía asustado, pero, al mismo tiempo, decidido e imperioso. Por eso le respondí rápido pero calmada:
     ––¿En serio? Y... ¿cómo te llamas?
     ––Me llamo Icairo y soy un centauro.
     No me había dado cuento de que Icairo era mitad hombre, en este caso niño, y mitad caballo. Eso explicaría por que no llevaba puesta una remera.
    ––¿Quieres acompañarme? Es que no frecuento andar en unicornios––dije tímidamente.
    ––¡Claro! –––me respondió, como si quisiera que lo preguntase hace miles de días.
    Me subí cuidadosamente en el unicornio, tratando de no lastimarlo. Primero fue un trotecito suave, luego un medio galope estimulante y lo más divertido, el galope. Fue lo más placentero que sentí en toda mi vida, parecía como si estuviera volando. Regresé a mi casa luego de jugar con el unicornio e Icairo. Desde ese momento me empeñé en ir todos los días. Pero, uno de aquellos días Icairo me comentó que el unicornio se había marchado pero, que en su lugar un potrillo dorado cual sol en un atardecer había heredado ese maravilloso lugar. El potrillo descansaba a un lado de Icairo.

  Maria Clara Baserga
Concurso Literario 2004
Buenos Aires, Argentina

Como el Universo


Como el universo,
Así sos vos.
Como el universo,
Caótico, infinito y misterioso.
Tus ojos salpican destellos fugaces
Como el titilar de las estrellas,
De mirada profunda y enigmática
Como los agujeros negros que trepanan el cosmos.
Dócil, me dejo absorber y me hundo en ella
Como un objeto celeste, sin rumbo y con destino incierto.
En mis noches más oscuras,
Imagino tus brazos que me envuelven
Como constelaciones espiraladas y lejanas.
Y la calidez de tu sonrisa es ilusoria
Como la de un astro muerto ya
Que aún persiste en su agónico fulgor tardío.
Amo el silencio que guardan tus labios
Como el espacio sideral
Guarda el secreto origen de los tiempos.
Sos como un cosmonauta ingrávido
Suspendido en la inmensidad de la nada
Que envía señales yermas.
Siempre triste, amo con locura irracional
Tus cabellos rojos
Que se yerguen en remolinos iracundos
Como tormentas solares.
Y amo tu piel de un blanco pálido e irreal
Como la luna.
Y esa manera cruda, impávida
De decir
Que el amor no existe
Como, tampoco, existe un lazo entre nosotros.
Yo me conformo con la sentencia inapelable
Que imponés con tus palabras categóricas
Y con la sombra a la que me sometés
Como un eclipse.
Y me resigno a amarte a la distancia
Como un satélite fiel
Circunscripta en una aberrante órbita cíclica.
Sos como el universo,
Ilimitado, inexplicable,
Magnético y hostil.
Y yo, no sé por qué, pero te amo,
Si tu presencia sólo me condena al desconsuelo
Y, a tu lado, mi ínfima existencia se reduce
A lograr robarte,
En una improbable distracción divina,
Un ardoroso beso de cometa
Como un arañazo de luz en las tinieblas
De tu vasta y remota soledad de universo.
                                                                                        
                                                                                     Marina Gómez Alais
                                                                                                Mayo de 2005

Un sueño que viajó en "La Trochita"


Por Olga Azucena Sabatini

          Llegué a Esquel, ese lejano rincón en la provincia de Chubut, para cumplir un sueño. Sabía que en ningún otro lugar podía realizarlo.
Al día siguiente, me desperté tempranísimo; por fin había llegado el momento...
        ––Buenos días y bienvenidos –– nos saludó la guía–– Haremos un recorrido en este tren, desde Esquel hasta la Estación Nahuel Pan. Este lugar lleva el nombre de un cerro que luego veremos. A sus pies vive una comunidad indígena de mapuches.
         Pensé que era una broma.
         –– ¿Cómo, realmente hay indios todavía? –– pregunté con incredulidad
         ––Por supuesto. Pocos, pero los hay, y yo soy descendiente de ellos. Me llamo Ayelén, que significa sonrisa.
         En mi diario tomé nota de los datos que hacen de este singular Pulgarcito un gigante digno de figurar, junto al Expreso de Oriente o el Transiberiano, entre los trenes más famosos del mundo.
         El ramal de trocha angosta, de tan sólo 75 centímetros, se empezó a construir en 1922. En su trazado total de 402 kilómetros, desde la localidad de Ingeniero Jacobacci hasta Esquel, tiene 602 curvas, un puente de 105 metros sin ninguna apoyatura intermedia y un túnel de 108 metros, excavado en la roca granítica.
        ––Fíjense ustedes ––remarcó Ayelén–– que estamos hablando de principios del siglo pasado. Esta construcción fue una verdadera epopeya. A punta de pico y pala, y a veces con un poco de dinamita, un millar de obreros turcos, griegos, croatas, búlgaros, desafiaron los rigores del clima y se las ingeniaron para hacer pasar este tren a través de valles y mesetas de encantadora belleza. Algunas curvas llegan a medir 180 grados y las ruedas tienen un sistema especial que les permite deslizarse por esas curvaturas extremas. Esto hace que el tren vaya a veces muy despacio, “a paso de hombre”.
          Yo estaba fascinada. Ese viaje colmaba con creces mis expectativas. Era un regreso al pasado. Me sentí transportada a la época de esos pioneros, los imaginé luchando contra el frío, el viento, la nieve, añorando sus lejanas patrias de las cuales habían partido para contribuir a formar otra que terminarían adoptando como propia.
          ––Miren a la derecha ––indicó la guía––. Al fondo, como un viejo cacique oteando el horizonte, se ve el cerro Nahuel Pan.
         Entonces el tren se detuvo en el medio de la nada.
         –– ¿Qué pasa? ¿Hay algún desperfecto?–– pregunté.
         ––No te preocupes–– me contestó Ayelén––, la gente del lugar hace señas y el maquinista se detiene en cualquier lugar del recorrido.
        Esa era la cara humana del trencito, la de la solidaridad, la que le otorga esa magia deslumbrante que lo hace único. Sus rieles son las arterias plateadas por las cuales corre la vida de la zona.
        El paisaje era absolutamente heterogéneo y se escuchaban los más variados idiomas. En esa especie de babel ferroviaria, se podría haber realizado una reunión de la ONU.
Invité a Ayelén a tomar un café en el coche comedor. La construcción de éste no difería mucho de la de otros vagones: pequeñas mesas de madera, algunos decorados en las paredes y alegres cortinas a cuadros constituían todo el mobiliario.
         ––Si te interesa, puedo enseñarte algunas palabras en lengua mapuche ––me propuso––.
         ––Claro que me interesa ––acepté de inmediato–– Las voy a anotar en mi diario de viaje.
Ruca: Casa
Nguillatun: Ceremonia religiosa
Melipal: Cruz del Sur
Huanguelen: Nombre de las estrellas
Mapuche: Gente de la tierra
Nahuel: Tigre
Curá: Piedra
       
           Cada tanto, veía la estela de humo blanco, o de humo negro, que la locomotora iba dibujando en el aire, mientras recorría el sinuoso trazado de sus rutas, en medio de valles y mesetas. El desplazamiento sobre los rieles repetía de manera monótona e hipnotizante: cinco pesos, poca plata, cinco pe... sos... po... ca... plata... cinco... pe... sos... po... ca... pla...ta.... cin...co....
         Cerré los ojos. Cuando los abrí, ví a Ayelén que golpeaba con fuerza la ventanilla para que me despertara, y me hacía señas para que viera el cartel de la estación: habíamos llegado a Nahuel Pan.
       Cuando estuve de regreso en Esquel no podía contener mi alegría. Había cumplido mi sueño: viajar en “La Trochita”, el Viejo Expreso Patagónico.

Chubut , Concurso nacional
Enviada a través de Radio Mitre, AM 790
Publicado por Editor Pueblo a pueblo en Octubre 31, 2006 5:07 PM | Enlace permanente

lunes, 18 de junio de 2012

Taller Virtual



          En este espacio vas a encontrar la manera de comenzar a jugar con las palabras,
 una tarea seria pero divertida.
         
          Espero que te sirvan las pequeñas aproximaciones a la literatura que iré dando en mis clases.

Taller virtual de Literatura- Clase 1


Taller virtual de Literatura


Clase 1
*Cuento, su estructura básica
       El cuento tiene una estructura propia, dividida en tres partes: introducción, nudo y desenlace.
       Los maestros de la narrativa han jugado con esta estructura, sin embargo, cuando se empieza a escribir es importante respetar el orden y la función de cada parte.
 *La introducción te presenta el lugar, el o los personajes y algún indicio de la intención de la trama.

*El nudo presenta un conflicto a resolver, los personajes que presentaste antes se ven en acción, la situación se empieza a desarrollar llegando a un punto crucial que se llama clímax. Es el punto a partir del cual se precipita el desenlace.

*El desenlace es el cierre de la historia, en general resuelve el conflicto o deja las condiciones pautadas para que el lector saque sus propias conclusiones.
Consejo:
           Armá oraciones cortas. No abusés de los adjetivos. Evitá las palabras terminadas en “mente”.
           Los párrafos dan ritmo a lo que vas relatando. Intenta usar nexos para unir un párrafo con otro.
           No te excedas en la cantidad de renglones, tratá de no escribir más de quince. Cuanto más acotado es el texto más fácil es de dominar.
          Intentá ser claro y conciso. Un cuento debe ir desde su planteo hasta su definición como una flecha lanzada desde un arco. Si te desviás en detalles superfluos el lector pierde el hilo de la trama
*Recomiendo leer a Horacio Quiroga, que es el precursor del cuento en español.
 Podés leer:
“Cuentos de amor, de locura y de muerte”.
 Cuando los leas vas a ver de qué te hablo con eso de la estructura.


**TAREA 1:
Escribir un texto corto aplicando la estructura Introducción, nudo y desenlace.
 Envíamelo a loumassimino@yahoo.com.ar  cualquier duda envié una consulta o comentario desde el blog. Una vez trabajados los relatos podremos evaluar la posibilidad de subirlos al blog.

viernes, 15 de junio de 2012

Lourdes Massimino en la web


http://www.eldigoras.com/

Busca EOM en la página principal
allí fueron publicados: mi biografía y algunos cuentos
Gentileza de Francisco Javier Cubero

Homenaje a una partida


Homenaje a Carlos Fuentes
Lou 2004
   

Ocaso

     Se miró al espejo. Vio los surcos de los años vividos con intensidad. Sintió cada hueso, cada músculo después de una ardua jornada. Todavía le gustaba supervisar el campo personalmente; aunque ya había delegado esas funciones en sus hijos. Disfrutaba recibir el cariño de los que lo habían servido en la hacienda por ser un patrón justo y bondadoso.
     Esa mañana en especial se había tomado el tiempo para estar un ratito con cada uno de sus más antiguos colaboradores. Había impartido consejos, había dado órdenes. Don Enrique se estaba despidiendo y ni él mismo lo sabía. Se le ocurrió a la vieja Clotilde cuando lo vio asomar en su choza. Aquella imagen empequeñecida contrastaba con la del mozo enérgico y seductor que la consultaba por sus problemas de dinero; porque la Clotilde era ducha para tirar las cartas, hablaba del futuro como poseída por algún espíritu sabio.
      Ella intuyó que en esa visita, el hombre sólo quería conversar de tiempos idos, para rescatar, quizás, del pasado, al hijo muerto y a la primera esposa que se fue con él. La anciana los había conocido, pues la gurisa era una muchacha de tierra adentro, con el cabello del color del humus y los dientes como el alabastro. Ella había muerto de tristeza cuando el pequeño se fue tras una agónica enfermedad. Paloma, la mujer, Santiago, el niño perdido, habían dejado en la mente y en el corazón del estanciero un recuerdo indeleble. La charla de ambos viejos giró en torno a la vida después de la muerte, del reencuentro con los que han dejado este mundo primero. Cuando el patrón se despidió los labios de la mujer se fruncieron en un gesto de congoja.
      Al mediodía reunió a sus hijos en el almuerzo y les comunicó lo que más tarde entenderían como su última voluntad.
      –– Manténganse unidos… se avecinan tiempos difíciles…
      Luego durmió una larga siesta. Un prolongado silencio lo acompañó en el sillón de caña de la galería. Los árboles, apenas movidos por la brisa vespertina, parecieron saludarlo con sus ramas. Una bandada de pájaros hizo dibujos en el cielo. Los ojos transparentes del anciano acapararon el inconmensurable atardecer hasta que una pequeña luna hizo su precoz aparición en el firmamento. Fue entonces cuando se levantó y se dirigió a su habitación. Frente al reflejo que le devolvía la superficie brillante, Don Enrique sintió que ya no había preguntas sin respuestas, que todo había sido hecho. Se recostó en su cama, y se dejó conducir a las tierras siempre verdes, dónde habitaría con los seres que nunca pudo olvidar.

Homenaje a Julio Cortázar


       Cómo no acordarme de la distribución de la casa.
El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca
y tres dormitorios grandes quedaban en la parte
 más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña.
 Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble
aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño,
la cocina, nuestros dormitorios y el living central,
al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo.
Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica,
y la puerta cancel daba al living. De manera que
uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living;
tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios,
y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada;
 avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble
 y mas allá empezaba el otro lado de la casa,
o bien se podía girar a la izquierda justamente
 antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho
que llevaba a la cocina y el baño.
Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que
la casa era muy grande; si no, daba la impresión
de un departamento de los que se edifican ahora,
 apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre
 en esta parte de la casa, casi nunca íbamos
más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza,
pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles.


...unas líneas de...
Casa Tomada. Julio Cortázar

Colaboradores


     Y Dios creó el mundo en seis días
            y el séptimo descansó.


Luego llegó José y diseñó mi primer blog.
    Espero disfrutes de sus contenidos
tanto como yo disfruto de su elaboración


Y si quieres imprimirlo usa esta máquina,
la última tecnología en impresión de libros