jueves, 26 de julio de 2012

Roberto Arlt, obra de teatro


antaramlou en el espectáculo
presenta a


El fabricante de fantasmas

Género: Drama
Asistente de Dirección: Ignacio Martín Barberán
                                                     Dirección: -Patricio López Tobares 

`El Fabricante de Fantasmas` de Roberto Arlt es una obra polémica y adelantada a su época. Pedro, un escritor de teatro, que tiene un matrimonio lleno de humillaciones y frustración, asesina a su esposa. A partir de allí sus remordimientos toman forma y lo llevan a un camino entre el terror y la locura.
Funciones

Teatro El Búho
4342-0885
Tacuarí 215
Capital Federal
Horarios: dom. 19:00

 Nota para mis seguidores
 Ignacio Martín Barberán ( es el hijo de una gran amiga Marta Minuzzi)
     ¡Bienvenido a la Compañía Ignacio Martín Barberán!

Para ver más
http://www.elfabricantedefantasmas.blogspot.com.ar/

lunes, 23 de julio de 2012

Escrito a mano


                                                                                       
Guillermo Jaim Etcheverry


       En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan la grafía. En Francia también se considera que no se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros.
       Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.

       En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras.

       Por su parte, el escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración.

       Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros.

       Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo.

      Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra de imprenta. Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere.

      En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva.

      Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del tiempo. Un artículo reciente en la revista Time , titulado: Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que es ése un arte perdido, ya que, aunque los chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, "nuestro objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia".

      La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un tiempo, no la podremos leer". Abriendo una tímida ventana a la individualidad, aún firmamos a mano. Por poco tiempo...


El autor es educador y ensayista

domingo, 22 de julio de 2012

Mi viejo




Resoplan en mi corazón los perpetuos recuerdos
Cuando junto al fogón me sentaba en tu regazo
Cuando le saqué las rueditas a mi bici naranja
y te hacía correr
Pisar las crocantes hojas amarillas
Las cincuenta y pico de cuadras hasta lo de la abuela
Bordeando la plazoleta…
Buscando otros colores.
Llegar al calor del bungalito con los cachetes color tomate
Comer las florcitas rosadas y contarle secretos a las campanitas
El olor a barro húmedo mezclado de arena en una vasija
Jugar al sordo que al fin era el gordo que más escuchaba
Tu lucha colmada de fortaleza
El brillo de tus verdes
Con tu jopo despeinado
(Era el semáforo en rojo)
…Esa paciencia incalculable
O por mis rezongos no alcanza lo blanco de tus cabellos
Esas dos o tres pavas de mate contemplando silencios…
Como pasa el tiempo…
Y hace tiempazo no me tomo un minuto
para abrazar a mi viejo…


María Laura Duran Winter
       
     Joven escritora nacida en Esquel- Chubut.

jueves, 19 de julio de 2012

Una lección de vida


He aprendido que nadie es perfecto,
hasta que te enamoras.

¡¡He aprendido que la vida es dura, pero yo lo soy más!!

He aprendido que las oportunidades no se pierden nunca, las que tu dejas marchar..., las aprovecha otro..

He aprendido que cuando siembras rencor y amargura la felicidad se va a otra parte.

He aprendido que necesitaría usar siempre  palabras buenas..., porque mañana quizás se tienen que tragar.

He aprendido que una sonrisa es un modo  económico para mejorar tu aspecto.

He aprendido que no puedo elegir como me siento..., pero siempre puedo hacer algo.

He aprendido que cuando tu hijo recién nacido tiene tu dedo en su puñito..., te tiene enganchado toda la vida.

He aprendido que todos quieren vivir en la cima  de la montaña..., pero toda la felicidad pasa mientras la escalas.

He aprendido que se necesita gozar del viaje y no pensar sólo en la meta.

He aprendido que es mejor dar consejos sólo en dos circunstancias, cuando son pedidos y cuando de ello depende la vida.

He aprendido que cuanto menos tiempo derrocho, más cosas hago.

¡¡Muchas felicidades!!

es la semana de la amistad

jueves, 12 de julio de 2012

Comparaciones


       Pobre Timoteo. Su mamá no lo deja en paz ni un solo instante. Quiere que se case y pronto, pues según dice, ella se morirá y no quiere dejarlo solo en este mundo desalmado. Ir a visitar a su madre, doña Pancracia, es un verdadero suplicio. No hace otra cosa que lamentarse porque en el pueblo no hay una sola muchacha que se enamore de su hijo, pero uno se pregunta ¿y quién puede quererlo? Es tan feo… tiene un cabello que parece una mata de espinillos y sus ojos son igualitos a los de un pescado moribundo.
       No es exageración, el otro día me crucé con él y al ver su boca no pude dejar de pensar en el buzón que acababan de poner en la esquina. Lo vi de perfil y me vino a la mente la frase de Juanita: ¡¡¡¡Timoteo tiene una nariz que parece la trompa de un oso hormiguero!!!! Amén de otros comentarios que suele hacerme, y que aunque el pobre muchacho me de mucha lástima, no dejo de coincidir con sus dichos bastantes acertados. Se lo ve flaco como un silbido del que cuelgan brazos que parecen bufandas al viento y que terminan en manos cuyas uñas lucen como garfios.
       En el pueblo se ríen de su forma de caminar, casi diría graciosa, con sus dos piernas arqueadas y sus  pies como patas de avestruz. La semana pasada alguien me preguntó qué podía decir de su aspecto en general y yo me quedé sin respuesta.
       Mientras volvía a mi casa pensé, y sí, tendría que haber respondido que se lo podía comparar con un rompecabezas armado por las manos torpes de un loco encaprichado.

                                                    
                                                                                            Chichita Martínez
                                                                                                         marzo de 2012

El hombre y la naturaleza en los cuentos de Horacio Quiroga

Aporte: Profesora Inés Punschke

    En la obra de Horacio Quiroga existen muchos temas interesantes; “El Hombre y la Naturaleza” en sus cuentos, es uno de los más totalizadores y además es muestra de los gustos, ideas y experiencias del autor.
    El narrador da vida a un mundo y a sus personajes, no obstante la grandeza de toda esa ficción existe si ellos son verdaderamente libres.
En algunos de sus cuentos el hombre, es el centro de la acción mientras que en otros parece ser un personaje secundario, débil ante la magnitud que lo rodea, ante los peligros que lo asechan, como una parte más de lo creado.
    Podemos ver en varias de las narraciones el tremendo desamparo de este ser, perdido en inmensidades misteriosas de la selva, llena de peligros desconocidos. Allí encontramos seres agobiados por el peso de sus historias; personajes que quieren rehacer su vida, ocultarse otros, o simplemente vivir en este medio y algunos misteriosos que trabajan unos días y luego desaparecen en silencio, como si la selva se los hubiese tragado.
    Tipos exóticos, arrastrados desde todos los climas, además de los naturales y vecinos, como argentinos, brasileños y paraguayos. Verdadero conjunto de razas y lenguas; pero todos se entienden y llegan a ser buenos amigos,  hasta fieles colaboradores, unidos muchas veces por la fatalidad o por la desgracia.
    También se encuentran seres fantásticos, imaginativos, inventores y optimistas junto a borrachos empedernidos  que ruedan de boliche en boliche, como lo dice el propio autor en “Los desterrados”,”tipos pintorescos”.
    Así desfilan, dibujados en firmes trazos, ricos de expresión, inolvidables para los lectores.
Lo que no muestra el narrador son las emociones. El hombre lucha, se desespera, imagina, pero nunca aparecen sentimientos demasiado marcados o al menos el autor disimula su expresión.
No son estos personajes, lo que llamaríamos triunfadores por eso generalmente desaparecen absorbidos por un destino inexorable; víctimas de poderes naturales.
Ellos marchan a la deriva, fracasando terriblemente ante el juego de las fuerzas implacables.


    La naturaleza presentada por Horacio Quiroga es excepcional, misteriosa, traicionera, llena de peligros y de asechanzas desconocidas; áspera y primitiva; rugiente e inhospitalaria.
    El autor la describe de tal manera que se muestra a sí mismo dentro de ella. Estas descripciones son precisas, concretas, permiten tener una visión casi exacta de la naturaleza atrapante, haciendo al lector partícipe y  recibiendo así sus verdaderas impresiones.
    El paisaje tropical de Misiones aparece en 1917 en la obra de Quiroga, en “Cuentos de amor de locura y de muerte” (aunque algunos de los cuentos que la componen, ya habían aparecidos publicados en revistas).
     Él se muestra en un principio, encantado y aterrado por aquel mundo virgen y poderoso. De aquí sacó el elemento vivo que se contenía en él, hombres y animales para penetrar a fondo en el alma de unos y entrever también en el interior de los otros.
     Se adivina a través de sus narraciones el tremendo desamparo del hombre; son muchos los tipos que aparecen y desaparecen sin que se sepa nada más de ellos, como si la selva se los tragase.
Los elementos que se encuentran en mayor número en sus cuentos son: el sol, el río Paraná, la selva inmensa, las alimañas, y especialmente las víboras.
     Esto posibilita la creación de fábulas, donde vemos que el autor conoce muy bien las características de los animales de la región. Uno de los más trabajados, admirados y a la vez temidos son las víboras y dentro de ellas más especialmente las venenosas; porque ellas son una amenaza permanente para la existencia del hombre y de los animales domésticos.
      En otras ocasiones la selva es el lugar hostil donde la voluntad humana se pone a prueba o donde  se puede observar al ser humano destruyéndola. No es solo el hombre, rudo habitante de esta jungla tropical, sino la naturaleza misma; bestias y plantas entregan sus características. El autor revela a la vez: al ser primitivo, al peón de los obrajes, como a la vida elemental y enigmática de las serpientes y de las hormigas; el alma feroz del capataz, de esas factorías extractivas como al sueño sensitivo de la flor crecida en las humedades o la semiconciencia del perro que está casi en el umbral de lo humano.
      Hay una identificación de Quiroga con el personaje y el paisaje propio de la selva, debido a su filosofía de vida se puede decir que proyecta su idealismo en ella; a veces hasta se puede observar un equilibrio entre selva y hombre.
     El cuentista se incorpora a lo tremendo, grandioso, a lo que subyuga pero también a lo que duele y no tiene solución porque simplemente es así.
    Hay como una entrega mutua entre el hombre y lo salvaje; son hermanos en el destino de libertad y los efectos que trasmite son verdaderamente grandes y profundos.





PARTIENDO DE LO EXPRESADO ANTERIORMENTE
 E PROPONE APLICARLO EN LAS SIGUIENTES FORMAS:

1- VISIÓN EXTERNA Y CREACIÓN OBJETIVA EN: “A La Deriva”, “Los Mensú”, “La Insolación” y “La Miel Silvestre”

2- LA INCORPORACIÓN DE LA NATURALEZA AL MUNDO LITERARIO EN: “El Salvaje” y “Anaconda”

3- EL ARTISTA DENTRO DE LA OBRA Y EL USO Y TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA POR EL HOMBRE EN: “Los Desterrados”, “El Hombre Muerto”, “El Desierto” y “El Hijo”

Sensible


Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, en medio
de las llanuras del enojo, profundas y desiertas.
“La destrucción”  Baudelaire



Mis tristezas nunca se alejan porque nacieron en un crepúsculo, nacieron en la fase declinante que precede al final, y todo final está cubierto por la pátina insoportable de la melancolía, que es vaga, profunda, sosegada y permanente. Duermen junto a mí, viven en cada rincón de la casa; también las he visto en la calle, digo que las vi porque ya han dejado de ser abstractas, ya no son un mero sentimiento, pueden transformarse en un perro abandonado, en una paloma ciega, en el chico solo que pide monedas en un tren, en la nena que devorada por las madrugadas vende flores marchitas.
Mis tristezas están ahí al alcance de la mano, circulan por mi cuerpo como una bilis, atormentadora y pertinaz, y a pesar de todo, imagino que si ellas me abandonaran las echaría de menos.

Betty Tous
Junio 2010

                
                                                          

domingo, 8 de julio de 2012

La ultima tentación


      Hay quienes argumentan que mis dichos son falsos. Otros, que un mal de la mente me tiene cautivo. Otros sugieren que formo parte de un complot. Es tal la insistencia sobre mi falta de cordura que me siento obligado a dejar testimonio escrito de los sucesos acaecidos. Se cierne sobre mí el fantasma del encierro. Mientras tenga el aliento y la voluntad necesarios. Mientras la libertad que me dan las palabras me permita dejar esta advertencia, haré un esfuerzo sobrehumano. Sin embargo entre la vida y la muerte hay una instancia decisiva.
      Una tarde deambulaba por el bosque próximo a la villa donde crecí, y me alejé demasiado. Cuando se acercaba el atardecer di con una vetusta construcción perdida entre follaje y arbustos espinosos. A pesar de que todavía había cierta claridad, decidí que pasaría la noche allí. Entré por un hueco en un miro lindero
      Comencé mi exploración munido de un farol que encontré en lo que parecía un claustro. Un sonido distante me condujo a un espacio alejado de los salones principales. Los techos carcomidos, las paredes cubiertas de musgo me acompañaron hasta que aquel eco devino un cántico ceremonial.
El ventanuco de una celda trancada por dentro dejaba escapar una plegaria indescifrable. Tuve que forzar la cerradura para entrar. Frente a una mesa de madera raída, la figura casi fantasmal de un monje llamó la atención. Sumergido en sus meditaciones pareció no advertir mi presencia. Su rostro llevaba escrito como en un arcaico pergamino un mensaje que en ese momento no supe dilucidar.
       El hombre de edad indefinida levantó la mirada, y sin más comenzó un relato que revivo como pesadilla noche tras noches:
      –– Un atardecer cuando volvía al monasterio me deslumbró un objeto que yacía semienterrado por la maleza. La luminosidad del hallazgo me hizo abandonar mis cavilaciones y me impulsó a rescatar el motivo de mi curiosidad de entre la espesura. Primero vislumbré un sello a modo de candado que dejaba ver un ideograma de extraños símbolos jamás vistos por mis ojos conocedores de jeroglíficos Tentado por la intriga cavé sin descanso hasta que mis manos sangraron.
Tras el sello, una tapa trozo de cuero desgastado. Había hallado un libro que, por su sello oriental, debía datar de varios milenios atrás. Me senté bajo un árbol para escrudiñar mi descubrimiento misterioso. Una suerte de magnetismo mantenía mi mirada cautiva. Resolví dejarlo en su escondrijo, me pareció lo más prudente.
       Mientras regresaba sentí que el peso del cuerpo me abrumaba, lo atribuí al cansancio. Como persistía la sensación se me ocurrió echar un vistazo a mi alforja. Allí estaba el ejemplar, ya era tarde para desandar camino. Debería esconderlo en el monasterio hasta que supiese qué hacer con él.
       Aunque me carcomía el deseo de descubrir sus secretos, pergeñé una estrategia. Una oración que me había sido transmitida en los primeros tiempos a modo de exorcismo sería mi defensa.
Nunca pensé que mi osadía recaería con tanta furia sobre la comunidad.
        Era de noche cuando llegué, el tiempo había transcurrido sin que yo tomara conciencia. La puerta de acceso, que permanecía abierta durante el día para  los peregrinos y visitantes, tenía puesto el cerrojo. Caminé bordeando el muro, la portezuela de la granja estaba entornada. Debía estar siempre con cerrojo o los lobos entrarían a arrebatar las aves de corral que criábamos para nuestro sustento.
       Temía ser descubierto, era uno de los monjes más jóvenes de la congregación y había reglas estrictas sobre mis salidas. Recorrí los pasillos con la actitud de una sombra. Entre en la cocina. En caso de que me descubriesen podría alegar que había ido por un vaso de agua.
       Espere unos instantes, crucé el jardín del claustro. La cabeza cubierta por mi capucha, las piernas trémulas y el aliento entrecortado. Mis manos torpes giraron el balancín de la puerta de la biblioteca. Un chirrido quebró la quietud. Una puerta crujió. El hermano cocinero se asomó, me oculté en un ángulo oscuro y aguardé. Cuando advertí que había vuelto a recluirse aceleré mis pasos. Ya en el interior de la biblioteca fui decidido a un estante bajo, un lugar inaccesible cuando los huesos no son aptos para tales hazañas.
       Al sacar el libro de mi alforja sentí que tocaba brasas encendidas, un dolor inesperado trepó por mis manos y caló mis huesos. Intensifiqué mis rezos. A pesar del incidente, volví a intentarlo, me pareció cargar el peso de una mula. A duras penas lo apoyé en el estante y lo empujé con extrema dificultad hacia el fondo. Reacomodé los libros que había quitado y me alejé.
      El cuerpo me agobiaba, me sentía débil. Los nervios y el miedo a ser descubierto me habían dejado exhausto. Al notar que clareaba la madrugada me lance presuroso a mi celda. Pensaba que había resuelto el problema, y sabía que aun me quedaba una hora de sueño. Más descansado sabría qué hacer. Las señales recibidas me daban la pauta de que un poder oscuro habitaba entre esas páginas.
      El sonido del anuncio a las oraciones matutinas me pareció un tañido lejano, un repique desdibujado por la duermevela. Unos golpes potentes me despabilaron. Me vestí con prisa. Entre salto y salto me calcé las sandalias en el camino. El abad se me acercó y atribuyó mi aspecto demacrado a la mala alimentación. Era muy flaco para mi edad y mis músculos estaban desdibujados por el hábito de color marrón.
      Luego del almuerzo pasé por mi cuarto, y descubrí mi alforja caída a un costado del camastro. Estaba seguro de haberla dejado sobre la mesa. El libro asomaba debajo de la tapa. Quedé desconcertado. El siniestro códice parecía llamarme. Lo abrí con temor y excitación. No pude evitar leer. Aquellas páginas camaleónicas desataron en mí una batalla feroz… La epopeya heroica de un guerrero, la lírica desenfrenada de un amor prohibido, las confesiones pudorosas de una adolescente, la historia truculenta de un asesino, las alabanzas a un rey del medioevo. Todo tendía a desvanecerse como mensajes escritos en la orilla del mar. Los relatos se desgranaban en palabras sueltas como hojas a merced del viento de otoño. Cabalga la muerte… aliento de centurias… destino macabro… Cielo… sol… amor… niña…
      Después de tan ingrato descubrimiento sentí que, como un tempano, el libro helaba mis manos. La caligrafía comenzaba clara pero iba mutando hasta desdibujar los caracteres del alfabeto. Pero instantes después las letras renacían en una nueva historia, adoptaban trazos más femeninos, o más aniñados quizás. Otras veces reflejaban una escritura como cincelada en piedra de tintes más varoniles. Intuí que aquella aberración devoraba hasta el último aliento de quién osare dejar huella en sus páginas. En esos instantes de duda, pluma se materializó frente a mí. Intensifique mis plegarias, no podía ceder. La decisión final de dedicarme solo a la lectura es lo que hoy me permite estar aquí.
       Pasé el resto de la jornada muy inquieto. Aunque no había evidencia de quemadura, el ardor persistía en mis palmas, se me caían las cosas de las manos. Esa misma tarde tomé el libro y lo escondí en mis ropas, entonces me dirigí a la granja con la excusa de alcanzar unos víveres al cocinero. Cerca del granero hallé el escondite perfecto, un hueco en el muro y coloqué unas pesadas rocas para evitar que alguien descubriera mi hallazgo.
        A la hora de dormir caí rendido y tuve sueños extraños. La idea de que existiera embrujo tan tenebroso irrumpía en mis sueños. Así fue como vislumbré entre nebulosas oníricas huellas de los personajes de las distintas caligrafías. Una capelina de tul, luego una espada antigua, más adelante un echarpe de seda, bajo un arbusto una pipa que aún humeaba y una muñeca de trapo sobre una roca.
        La mañana siguiente intenté escabullirme, necesitaba salir de aquellos muros. Me ofrecí para ir al mercado para vender nuestros productos. Pero mis ojeras lucían el color de la noche más cerrada, el abad sonrió agradecido pero rechazó mi oferta.
        Pasado el almuerzo me oculté tras un cerco esperando la ocasión de huir. Pero el hermano administrador que paseaba por allí me descubrió y tuve que retornar a mis faenas.
        Esa noche volví a mi celda resignado. Entonces las pesadillas se hicieron más intensas. Vi al hermano jardinero hurgando en el muro, vi como su semblante se tornaba incandescente, vi el frenesí en su pulso tembloroso. Lo vi joven y vivaz por unos momentos, luego enjuto y consumido.
Me desperté alucinando, mis sienes estaban calientes. Intenté incorporarme pero una fuerza descomunal me desplomó sobre el lecho. Hacia el mediodía un bullicio sospechoso me despertó. Me asomé a la puerta. Los monjes corrían de un lado a otro dejando escapar frases entrecortadas, el hermano jardinero…  lo hemos buscado por doquier…  ha desaparecido…
         Un aullido de terror llegó desde la zona de la huerta, retumbó en los muros, e hizo vibrar los vitrales de la capilla. Con mucho esfuerzo entorné la puerta, un hermano que regresaba del lugar me contó que el jardinero estaba muerto y que una luminosidad siniestra centelleaba en sus ojos desorbitados.
        Ante semejante revelación mis huesos crujieron y de la fiebre pasé a sufrir escalofríos de una magnitud tal que hasta oí mis dientes como castañuelas. Me abatió la culpa con su pesado manto. Había cometido un error fatal al haber creído que el influjo del libro solo pendía sobre mi pellejo.
        Aunque me costase la vida ese mismo anochecer intentaría alejar el libro del monasterio. Quizás lo fuera a despeñar por un acantilado, o lo quemase en una hoguera. Debía vulnerar aquel poder que estaba sembrando la muerte entre nosotros. Un rastro luminoso me señaló el hueco en el muro. Pero el libro había desaparecido.
       Al día siguiente, al llegar la hora de la cena. La mesa desierta del comedor, los platos apilados, las soperas vacías fueron el anuncio de una nueva tribulación. Así fue como se sumó el hermano cocinero. Al atardecer de la tercera jornada la argolla de metal del conserje que reunía todas y cada una de las llaves del monasterio fue hallada sin su dueño en un rincón de la portería.
        El abad estaba consternado. Estábamos bajo su responsabilidad. Ordenó entonces que permaneciéramos de a pares. La calma duró un par de días. El hermano administrador, preocupado por las finanzas del convento había trabajado hasta tarde, su compañero se había quedado dormido. En el escritorio, el tintero volcado sobre los papeles comunicaba otra terrible noticia.
        Cuando solo quedaba yo con vida, decidí refugiarme en la capilla, creía que allí estaría a salvo. Había aprendido a vencer el influjo de aquel engendro del mal. Sin embargo, por el frio y el agotamiento me vi forzado a encerrarme en esta celda.
       Te he esperado por siglos. Has llegado. Ya puedo partir… Tras estas palabras su piel se tornó traslúcida, su aliento se volvió suspiro. La muerte cerraba sus ojos con un manto de serenidad.

        Estuve tentado de acercarme al rincón en que relampagueaba una extraña claridad. Me alejé despavorido. Corrí sin descanso los kilómetros que me separaban del pueblo como quien huye de la peste. Entré en mi morada casi sin aliento. Había arrancado de las manos del anciano una de las hojas del libro. Pasé días hasta darme cuenta de que el libro estaba en mi poder. Pero la plegaria me protegería. Había memorizado el texto. Eso me ha posibilitado llegar a usted, Señor Alguacil. Mis días están contados, mis fuerzas devastadas. No he podido deshacerme del libro, solo he atinado a encerrarlo bajo siete cerrojos en este cofre que ahora le entrego. Necesito que usted proteja al pueblo de esta aberración. Pude ver al funcionario tomar el cofre en sus manos y depositarlo en el suelo.         
        Observé como dos hojas abatidas por el tiempo se deslizaban hacia un ángulo sombrío del despacho. Fui testigo de que un movimiento extraño sacudía el pequeño baúl. Vi como las cenizas de la plegaria carbonizada en el hogar volaban por la ventana como queriendo huir de la desgracia.
        No sé que fue del libro,

        Junto al cadáver momificado de un hombre de tiempos inciertos se ha encontrado el siguiente texto:
“Quizás en el futuro algún lector ingenuo sucumba a la tentación de leer este relato
 que yacía abandonado bajo un antiguo libro en un pueblo desierto”.


                                                                                                    Lou Massimino
                                                                                                                      2012

En el desencuentro

      Lugar de ensueño, entre aguas cristalinas la tierra se adentra,
como reclamando el lugar. En sentido contrario elevaciones muestran
fecundos olivares, la paz de ellos se enfrenta con las tempestades del
mar. La ciudad es huella de muchas civilizaciones, ya en aquellos años
se mostraba como lugar místico y de encuentro de dioses. Aún palpita
en sus callejuelas empedradas la injusta historia y si bien nacida allí su
cuerpo no lo está.
      Cerrando los ojos, se observa que su caminar es cadencioso,
firme, decidido; su Señor le acompaña y ella no es ajena a esta
experiencia. Apenas veintisiete años, plena juventud camina hacia la
tortura y la muerte. Los déspotas creyeron que sacrificándola el mundo
vería que es contraproducente pensar distinto que ellos, pero los tiempos
demostraron que no. Ellos se recuerdan cuando se desempolva un libro
de historia. A ella recurren los creyentes.
       ¿Qué enamorado era ese que quiso su muerte?
       Fue educada cristianamente en una familia de buen pasar. Niña
de pocos años queda huérfana de padre y en la juventud su madre la
compromete en matrimonio. Ésta muy enferma se cura milagrosamente
y el momento es aprovechado por Lucía para anunciarle que no se podrá
casar pues ella ha consagrado su virginidad a Dios y le ruega comenzar
a ayudar a los pobres. La madre accede, ante la incrédula mirada de los
ciudadanos.
       El pretendiente herido en su masculinidad, desconociendo la
libertad que brinda el amor, le acusa de ser cristiana ante el procónsul
del lugar. Apresada, es llevada ante el juez y aquel, ciego de ira por el
despecho de haber sido rechazado sigue desde un rincón lo que supone
el fin del camino.
      Tiempos de Diocleciano. Juicio de por medio, obró la injusticia.
       Débiles los hombres creyeron poder que mediante tortura el
enamorado quedaría vengado, no fue así; arrancaron los ojos de la
acusada, la vista recuperó, alzada la espada anunció que muy pronto
los cristianos serían dejados en paz y que el poder del tirano no duraría.
      No se equivocó.
      Sus ojos siguen enamorando al mundo. Ellos son la expresión
suprema de una pasión por la verdad. No pudieron con ella, su visión
fue más allá. El único ciego el pretendiente.
      Otros tiempos… en la casa reinaba el silencio, en todas las
habitaciones había pequeños grupos que trataban de entender lo ocurrido,
era esperable pero nunca se piensa en vivir el momento. En el living
estaba ella, contenida, observada, en silencio. Su rostro tranquilo
acompañaba en silencio, a todos aquellos que se reunían acompañándola
en esa muda mansión.
       De pronto Rodolfo toma mi brazo:
      –¿Me acompañas?
      –Por supuesto.
      Llegamos junto a ella, permanecimos allí de pie, sin pronunciar
palabra. Pasados unos minutos, Rodolfo con sigilo:
      –Viste, está igualita.
      –Tenés razón.
     No pude expresar nada más. A espaldas nuestras se oyó:
      –Pobre Rodolfo, que apreciación si él está ciego.
     Al igual que Lucía aquel 13 de diciembre, Rodolfo un primero
de año veía más allá del órgano faltante. Los ciegos fueron los incrédulos
que no creyeron que ellos sin la capacidad de los ojos, si pudieron ver.
       Percibir, tener la esencia y el conocimiento del momento. Mirar desde
el alma.
       Me dije "Qué coincidencia en el desencuentro al fin del camino"

                                                                                      Inés Punschke 2012

Crepúsculo vertical

                           
                                                      

     
        Llegamos y enseguida nos vinimos a la playa, ¿por qué le dicen “La Perla”? Pusimos las palitas y el balde en la arena, había mucho sol, menos debajo de la sombrilla, ¿sabe?.. Yo empecé a armar el castillo. Papá y mamá me ayudaron un poco y después se fueron al  agua. Hice la zanja y cuando llegué al final ya no sabía dónde estaba. Entonces me metí para buscarlos, grité y grité, pero ellos no me oían… de golpe no los vi más y quise salir.
       Así, con el agua lejos, la playa me da miedo, sillas caídas, y el suelo lisiiito como si lo hubieran barrido. ¿Me puedo quedar con usted, que es toda de espuma como una flor que tenemos en casa y se llama azucena, hasta que vuelvan mis papis?
      Por  favor, señora, no me suelte la mano, Y sea buenita, dígame el verso de nuevo.
      “…Y, figura erguida, entre cielo y playa, sentirme el olvido perenne del mar...”
      De veras no entiendo nada, ¿qué quiere decir “erguida”? ¡Ah!, ¿vio que ahora todos pisamos y no queda ni una marca en la arena?


                                                                                      Norma Obermann  2011 

Un baile sobre piso naranja


                                                                     Cuando piso una cancha me transformo,
                                                                         hasta me olvido de cómo me llamo
                                                                                                       John. P. Mc Enroe
  

       Agazapadas, las fieras blancas esperan el momento. De pronto ella, que estaba más retrasada, comienza una corta carrera. Él salta estirando todos sus músculos, ella flexiona sus piernas casi hasta el suelo y, de inmediato, él va a cubrirla. Sus movimientos son vertiginosos, pero nada ocurre al azar.    
       Cada paso está sincronizado, no necesitan más que mirarse para saber que deben hacer.
Andan detrás del animal, curioso bicho de zigzagueante vuelo, al que no quieren cerca ni demasiado lejos; y mucho menos atraparlo en la red.
      Hay veces en que lo acarician, en otras lo golpean con rabia. Todo esto, con la parte más viva y metálica de sus cuerpos. Parecería, por sus rostros de dolor, que son éstas las que sufren los azotes.
      Celosas guardianas de su hábitat rectangular, nada importa fuera de éste; ni el vuelo de los pájaros, ni el de un ocasional avión, ni siquiera los murmullos cercanos.
       El odio se escapa por sus ojos, sus dientes y puños apretados. Y la lucha continúa, las carreras breves, las patinadas, el sudor, la falta de aire y los corazones cada vez más calientes.
       Al fin, el bicho, ya sin sus cabellos rubios, deja de volar. Las fieras, ni tan enteras, ni tan blancas, ya sin odio, se acercan para besarse. Pero esos besos fríos para nada reflejan lo sucedido. Y recién cuando cruzan los blancos límites, regresan a su condición humana.


                                                                                            Diego Kochmann   2004

Un encuentro


      La conocí en un baile, enseguida me di cuenta que me miraba con interés.
     —Está linda la flaquita —le comenté a mi amigo Raúl.
     —Si, es pasable —me contestó con una envidia que no pudo disimular.
     Me acerqué a esa dulzura menuda, con ojos de almendra y dientes muy blancos y le dije:
     —Me gustaría bailar con vos.
    —Dale, no esperaba otra cosa.
    Así entre los boleros de Manzanero, interpretados por Luis Miguel, el ritmo caliente de Celia Cruz y otros temas, pronto nos dimos cuenta de que la temperatura de nuestros cuerpos se elevaba sin medida
      —¿Te gusta el buen café? —me preguntó sonriente.
     —¿A quién no? — respondí
     —Entonces, vamos a mi casa y vas a comprobar que en este mundo nadie prepara el café mejor que yo.
     Caminamos despacio por Uriburu y casi al llegar a Tucumán, mi flamante amiga abrió la puerta de hierro y cristal que custodiaba la preciosa, cuidada y antigua casa.
     —Pasá…, perdoname, no se tu nombre —dijo sonriente.
     —Juan Antonio, pero me dicen Tony.
     —¡Bah, la bendita manía de los sobrenombres! Yo me llamo Felisa ¿viste qué nombre horrible? igual lo quiero y no uso seudónimos.
    —Esta casa es fantástica ¿es tuya?          
    —Claro que es mía, la heredé.
     En ese paraíso me fascinaron dos cosas, el pequeño balcón ovalado, que extendía el living hacia la calle y cuyo pretil parecía estar tallado por orfebres y no por algún herrero con gran habilidad.
     — Era digno de los pequeños amantes veroneses. Y el otro objeto al que consideré precioso fue el tapiz de Flandes, convertido en alfombra que cubría una gran porción del piso de roble. Sentado en un sillón, aprecié las fragancias del café recién molido y el antiguo y siempre irresistible Chanel N° 5 con el que Felisa perfumó su humanidad. Mientras tomábamos café, advertí que la mirada de ella se perdía irremediablemente, vaya a saber en qué laberinto.
     —Felisa ¿vos sos dichosa?
     —Y esa pregunta ¿a qué viene? recién me conocés ¿y ya te preocupo tanto? no me gusta que toquen mi privacidad; pero te puedo revelar que en esta casa no me siento bien, tengo la constante sensación de que me vigilan, que me persiguen, que nunca estoy sola. Todo eso me desespera, especialmente por las noches.
     —¿Querés que te acompañe durante la noche? no vayas a creer que persigo un interés espúreo, yo dormiría aquí y vos en tu cuarto, y si deseás lo cerrás con llave.
     —Bueno, te creo, vos  podrías protegerme, quizá logres detener a los intrusos.
     Al día siguiente, cuando desperté, Felisa ya no estaba, se me ocurrió que me había apresado en su casa, pero comprobé que la puerta  de calle estaba abierta. Desayuné algo, mientras esperaba su regreso, y hasta pasé la aspiradora a la alfombra de Flandes, fue así que descubrí que en ella aparecía un joven,  ricamente ataviado —podría ser un príncipe—, y un servidor que lo asistía en esa escena de caza, también vi a dos perros lebreles y una fronda maravillosa. El príncipe tenía en su rostro un innegable gesto de crueldad y  una malicia  imposible de cubrir con la más refinada de las astucias. Ese ser eternizado en una alfombra, resultaba por demás inquietante. Salí del domicilio de Felisa y muy cerca del lugar compré mi pasaje de avión para viajar a Salta. A la vuelta tuve necesidad de ver a la enigmática muchacha, sí ella era enigmática y a la vez manejada por un pánico al que yo como sicólogo recién recibido deseaba erradicar de su vida. Toqué timbre, pero Felisa no me atendió; una mujer amable, dueña de la farmacia vecina, me dijo:
     —No se moleste señor, hace cinco días que a la señorita la encontraron muerta. La casa estaba limpia y ordenada, la pobrecita apareció con mordeduras de perros en el rostro y en el cuello y dicen que el criminal usó una flecha muy antigua con la que le atravesó el vientre ¡Pobre señorita Felisa, tan amorosa y buena! Sin pensarlo dos veces llegué a la comisaría de la zona y quise dejar asentada una denuncia, diría: “Yo se quien acabó con la vida de Felisa, confisquen su antigua alfombra de Flandes, allí hallarán al culpable”. Soy audaz pero tardíamente reflexivo, si llegaba a confesar eso —algo absolutamente cierto— acabaría en un  hospital para enfermos mentales; dadas las circunstancias preferí salir calladamente y con las manos en los bolsillos caminé hasta el subte y me alejé con rumbo desconocido.
                                                                                      
                                                                  Beatriz Tous    2010     
      

Un día cualquiera


 Hoy debiera ser un día como cualquiera
 De los muchos que a tu lado yo he vivido
 Más presiento que no será lo mismo
 Será el primero de muchos solitarios

 Hoy debiera ser un día como cualquiera
 El mismo sol, el mismo gato en la ventana

 Ahora que ya no estás mas a mi lado
 A mi mente le asaltan muchas dudas
 Quiere saber si de verdad viviste
 O eras copia que mi mente proyectaba

 Hoy es un día como cualquiera
 En mi jardín hay una rosa perfumada

 En el anhelo de encontrar al ser amado
 Cometer los errores nuevos quiero
 Vivir esa locura que lleva a la razón

 Sabiendo que la razón de amar es la locura

 Hoy será un gran día, no como cualquiera
 El sol esta en el cenit y el vino que me espera.

 La vida es una espera que no acaba
 Libar quiero de ella todas las dulzuras
 Las del dulce dolor que no nos mata
 La del vino que siempre nos consuela.

                                                   
                                       Silvana Salvucci 2006

notas al pie

Datos útiles y algunos Comentarios

Sobre la arena acostada


                                                                                Horizontal es la noche en el mar,
                                                                           gran masa trémula
                                                                           sobre la tierra acostada,
                                                                           vencida sobre la playa.
                                                                                El estar de pie, mentira.
                                                                                Sólo correr o tenderse.
                                                                                                                     Pedro Salinas
 
      Cuando me tendí en la arena de mi desierto, lo que buscaba era expandir mi realidad sobre la Tierra. Mi lugar ganado por derecho al nacer, un espacio no sólo corporal sino también y por sobre todo, el lugar para un yo completo. Mi presencia física subrayada por lo psíquico, la mente, lo espiritual, que me redondearan. El “para dónde voy, o el cómo” no era lo importante. Lo que importaba era saber “si estoy, quién o qué soy, y para qué o porqué estoy”, y lograr transitar ese camino adecuándolo. O adecuándome. ¿Dónde estaría yo por mi mismo, sin mi bagaje de cuerpo, mente, espíritu?
       Porque lo realmente penoso, era tratar de entender ese intento frustrado de mi madre de abortarme, ella misma enredada en sus propias dudas, en sus propios temas.
       Comencé a crecer entre murmullos, erguido aunque flotante. Acostado era mi lugar, cuando las estrellas hacían luces en el intento de mediar con mi pasado. Buscaba levantarme, que ella me alzara en sus brazos filiales para lograr el equilibrio sobre mis propios pies. No era mentira, no, cuando me quiso negar, mínimo yo, amordazada mi boca en la oscuridad silenciosa, mientras ansiaba mi propio sonido en el sonar de la Tierra. Ser uno más, sólo alguien, un ser viviente para vivenciar el vivir de entre las otras tantas vidas. Ella tuvo ese intento de postrarme para siempre, pero mi fuerza o mis ganas pudieron más. Y me quedé entre titubeos, una masa trémula sosteniéndome apenas. Por eso el silencio por eso el correr y tenderme por eso la calma horizontal. Traspasar el tiempo, no romper las normas, no el equilibrio. No importa dónde ni cómo. No dejaría llevar mi jardín a otro lugar, a otros universos del que sólo tenemos sospechas, ni quebrar mi destino.
       La experiencia del vivir, ahora lo sé, es prodigiosa, disuelve dudas, las arremete y de a poco nos hace un todo. Logré sostenerme cuando a veces dando pasos o a tropezones, llegué hasta donde estoy. No fue como el bicho feo que se larga con su canto y  sonoridad fuertes. Adquirí habilidades, agitado fui ganando lugares, engordé mi mochila de viaje. Desde algún lugar, allá arriba en el mar de la serenidad, esa zona oscura, divina o sagrada, quizás ya habían creado mi temple de acero en tiempos lejanos. Fue cuando me extendí y me busqué bajo el sol, bajo la niebla, aún en la noche oscura, o por entre la luz de la luna en las noches claras. Era hermoso escuchar el tamborileo de luces de las estrellas que bailoteaban como aguardiente, me hacían guiños dando vuelta sus caras. Como si caminaran mirando para todos lados, por eso colisionan cuando explotan y se pierden hechas polvo en la eternidad. Que es a la vez como se forman, desde el polvo. Y es como acabamos.
       Emergen mis deseos como flores de la nada, quedan flotando en el mundo esotérico  donde nacieron. Pienso que esa monstruosa galaxia, esa bóveda de planetas, asteroides, lunas y soles y cometas, está cargada de historias y de sueños de los hombres que alguna vez las vivieron en este lugar. Que se hicieron estrellas, que no se han perdido. Y la magia de la música que aquí han creado, y la de sus voces, es más bella aún que el silencio de todas las constelaciones.
       Mientras avanza mi chalupa en el río de la vida, temo que estoy vagando a merced de mi mismo. Viajero en la noche no tengo sosiego, mis ilusiones son a hurtadillas. Busco mi imagen por caminos dispares.      
        Es cuando aparece ante mí una puerta, está cerrada. La abro. Me encuentro con otra espejada, en la que empiezo a vislumbrarme y aunque me veo entero, estoy desdibujado y distante. Necesito definir mis formas, atravesar los reflejos del inconsciente, los arcaicos y los frescos, ir hacia mí. Por lo cual debo salir a buscarme desde el cosmos, donde nos vaporizan las moléculas de energía que nos soplan la vida. Surgen de la fuerza del sol, ingresan por los polos atraídos por la gravedad de la Tierra en una maravillosa explosión de seres con vida propia. Como en una percusión, es inevitable no percibir el alboroto mudo de la conjunción de los planetas.
       Me hace bien pensar que tal vez tenemos hermanos siderales con otra armadura y otro cantar. Por eso quiero sondear desde mis puertas ese yo en el que podré reconocerme, que encaje con mis valores y mis no valores. Aspirar los aires del azul infinito en busca de mi vibración. De ese modo captar algo del volumen confuso de mi interior. Debo encontrarte madre, para encontrarme, o mis silencios de hoy serán mis silencios para siempre.
      Cuando apareció la otra puerta, no la abrí porque me di de bruces en ella. Estaba en medio de La Creación, Yo, el único. Me reconocí en la trama agridulce de mis sentimientos, en los claroscuros de mis emociones, en mi carcaza singular. Escuchar mis voces, mis silencios, saber que un día entraré en ese sueño eterno que a todos nos espera. Todo aquello estaba, en el tiempo de mi progresión hablaban de mí. Pude encontrarme en mi corazón palpitante, dentro de cuya carnadura encajan mis peculiaridades. Al fin, me dije, éste soy yo. Singular, y de pie.
      El tiempo pasó, fue pasando. Cuando cerré aquel par de ojos para siempre y besé sus manos frías, le di mi absolución. Al levantarme ya tibia la mañana, arrojada la noche al vacío, tambaleante, empecé a andar. Sentir crujir bajo mis pies desnudos la sensación de vida. Pasito y otro, otro paso y más. Mi alma es libre, soy un ser andante. Un pasito y otro, un paso y más.

                                                                                       Luisa Malezian, octubre de 2011

sábado, 7 de julio de 2012

Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea.

     ¡¡¡Gracias Licenciada Lina Mundet!!!
 Por haberme conducido con mano experta en el camino de las letras,
 por permitirme compartir sus logros como:
     *Primer Master en Comunicación de la Argentina.
    *La Mujer del Año en la Cultura allá por los noventa.
 ¡¡¡Muchas gracias!!! Otra vez
     Porque nunca será suficiente la alabanza a tu excelente labor...


http://www.caminosculturales.com.ar/2012/07/el-instituto-superior-de-letras-eduardo-mallea-ofrece-una-propuesta-educativa-de-primer-nivel/#comment-2143