domingo, 8 de julio de 2012

Sobre la arena acostada


                                                                                Horizontal es la noche en el mar,
                                                                           gran masa trémula
                                                                           sobre la tierra acostada,
                                                                           vencida sobre la playa.
                                                                                El estar de pie, mentira.
                                                                                Sólo correr o tenderse.
                                                                                                                     Pedro Salinas
 
      Cuando me tendí en la arena de mi desierto, lo que buscaba era expandir mi realidad sobre la Tierra. Mi lugar ganado por derecho al nacer, un espacio no sólo corporal sino también y por sobre todo, el lugar para un yo completo. Mi presencia física subrayada por lo psíquico, la mente, lo espiritual, que me redondearan. El “para dónde voy, o el cómo” no era lo importante. Lo que importaba era saber “si estoy, quién o qué soy, y para qué o porqué estoy”, y lograr transitar ese camino adecuándolo. O adecuándome. ¿Dónde estaría yo por mi mismo, sin mi bagaje de cuerpo, mente, espíritu?
       Porque lo realmente penoso, era tratar de entender ese intento frustrado de mi madre de abortarme, ella misma enredada en sus propias dudas, en sus propios temas.
       Comencé a crecer entre murmullos, erguido aunque flotante. Acostado era mi lugar, cuando las estrellas hacían luces en el intento de mediar con mi pasado. Buscaba levantarme, que ella me alzara en sus brazos filiales para lograr el equilibrio sobre mis propios pies. No era mentira, no, cuando me quiso negar, mínimo yo, amordazada mi boca en la oscuridad silenciosa, mientras ansiaba mi propio sonido en el sonar de la Tierra. Ser uno más, sólo alguien, un ser viviente para vivenciar el vivir de entre las otras tantas vidas. Ella tuvo ese intento de postrarme para siempre, pero mi fuerza o mis ganas pudieron más. Y me quedé entre titubeos, una masa trémula sosteniéndome apenas. Por eso el silencio por eso el correr y tenderme por eso la calma horizontal. Traspasar el tiempo, no romper las normas, no el equilibrio. No importa dónde ni cómo. No dejaría llevar mi jardín a otro lugar, a otros universos del que sólo tenemos sospechas, ni quebrar mi destino.
       La experiencia del vivir, ahora lo sé, es prodigiosa, disuelve dudas, las arremete y de a poco nos hace un todo. Logré sostenerme cuando a veces dando pasos o a tropezones, llegué hasta donde estoy. No fue como el bicho feo que se larga con su canto y  sonoridad fuertes. Adquirí habilidades, agitado fui ganando lugares, engordé mi mochila de viaje. Desde algún lugar, allá arriba en el mar de la serenidad, esa zona oscura, divina o sagrada, quizás ya habían creado mi temple de acero en tiempos lejanos. Fue cuando me extendí y me busqué bajo el sol, bajo la niebla, aún en la noche oscura, o por entre la luz de la luna en las noches claras. Era hermoso escuchar el tamborileo de luces de las estrellas que bailoteaban como aguardiente, me hacían guiños dando vuelta sus caras. Como si caminaran mirando para todos lados, por eso colisionan cuando explotan y se pierden hechas polvo en la eternidad. Que es a la vez como se forman, desde el polvo. Y es como acabamos.
       Emergen mis deseos como flores de la nada, quedan flotando en el mundo esotérico  donde nacieron. Pienso que esa monstruosa galaxia, esa bóveda de planetas, asteroides, lunas y soles y cometas, está cargada de historias y de sueños de los hombres que alguna vez las vivieron en este lugar. Que se hicieron estrellas, que no se han perdido. Y la magia de la música que aquí han creado, y la de sus voces, es más bella aún que el silencio de todas las constelaciones.
       Mientras avanza mi chalupa en el río de la vida, temo que estoy vagando a merced de mi mismo. Viajero en la noche no tengo sosiego, mis ilusiones son a hurtadillas. Busco mi imagen por caminos dispares.      
        Es cuando aparece ante mí una puerta, está cerrada. La abro. Me encuentro con otra espejada, en la que empiezo a vislumbrarme y aunque me veo entero, estoy desdibujado y distante. Necesito definir mis formas, atravesar los reflejos del inconsciente, los arcaicos y los frescos, ir hacia mí. Por lo cual debo salir a buscarme desde el cosmos, donde nos vaporizan las moléculas de energía que nos soplan la vida. Surgen de la fuerza del sol, ingresan por los polos atraídos por la gravedad de la Tierra en una maravillosa explosión de seres con vida propia. Como en una percusión, es inevitable no percibir el alboroto mudo de la conjunción de los planetas.
       Me hace bien pensar que tal vez tenemos hermanos siderales con otra armadura y otro cantar. Por eso quiero sondear desde mis puertas ese yo en el que podré reconocerme, que encaje con mis valores y mis no valores. Aspirar los aires del azul infinito en busca de mi vibración. De ese modo captar algo del volumen confuso de mi interior. Debo encontrarte madre, para encontrarme, o mis silencios de hoy serán mis silencios para siempre.
      Cuando apareció la otra puerta, no la abrí porque me di de bruces en ella. Estaba en medio de La Creación, Yo, el único. Me reconocí en la trama agridulce de mis sentimientos, en los claroscuros de mis emociones, en mi carcaza singular. Escuchar mis voces, mis silencios, saber que un día entraré en ese sueño eterno que a todos nos espera. Todo aquello estaba, en el tiempo de mi progresión hablaban de mí. Pude encontrarme en mi corazón palpitante, dentro de cuya carnadura encajan mis peculiaridades. Al fin, me dije, éste soy yo. Singular, y de pie.
      El tiempo pasó, fue pasando. Cuando cerré aquel par de ojos para siempre y besé sus manos frías, le di mi absolución. Al levantarme ya tibia la mañana, arrojada la noche al vacío, tambaleante, empecé a andar. Sentir crujir bajo mis pies desnudos la sensación de vida. Pasito y otro, otro paso y más. Mi alma es libre, soy un ser andante. Un pasito y otro, un paso y más.

                                                                                       Luisa Malezian, octubre de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Podés dejar tu opinión

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.