viernes, 29 de junio de 2012

Un sueño que viajó en "La Trochita"


Por Olga Azucena Sabatini

          Llegué a Esquel, ese lejano rincón en la provincia de Chubut, para cumplir un sueño. Sabía que en ningún otro lugar podía realizarlo.
Al día siguiente, me desperté tempranísimo; por fin había llegado el momento...
        ––Buenos días y bienvenidos –– nos saludó la guía–– Haremos un recorrido en este tren, desde Esquel hasta la Estación Nahuel Pan. Este lugar lleva el nombre de un cerro que luego veremos. A sus pies vive una comunidad indígena de mapuches.
         Pensé que era una broma.
         –– ¿Cómo, realmente hay indios todavía? –– pregunté con incredulidad
         ––Por supuesto. Pocos, pero los hay, y yo soy descendiente de ellos. Me llamo Ayelén, que significa sonrisa.
         En mi diario tomé nota de los datos que hacen de este singular Pulgarcito un gigante digno de figurar, junto al Expreso de Oriente o el Transiberiano, entre los trenes más famosos del mundo.
         El ramal de trocha angosta, de tan sólo 75 centímetros, se empezó a construir en 1922. En su trazado total de 402 kilómetros, desde la localidad de Ingeniero Jacobacci hasta Esquel, tiene 602 curvas, un puente de 105 metros sin ninguna apoyatura intermedia y un túnel de 108 metros, excavado en la roca granítica.
        ––Fíjense ustedes ––remarcó Ayelén–– que estamos hablando de principios del siglo pasado. Esta construcción fue una verdadera epopeya. A punta de pico y pala, y a veces con un poco de dinamita, un millar de obreros turcos, griegos, croatas, búlgaros, desafiaron los rigores del clima y se las ingeniaron para hacer pasar este tren a través de valles y mesetas de encantadora belleza. Algunas curvas llegan a medir 180 grados y las ruedas tienen un sistema especial que les permite deslizarse por esas curvaturas extremas. Esto hace que el tren vaya a veces muy despacio, “a paso de hombre”.
          Yo estaba fascinada. Ese viaje colmaba con creces mis expectativas. Era un regreso al pasado. Me sentí transportada a la época de esos pioneros, los imaginé luchando contra el frío, el viento, la nieve, añorando sus lejanas patrias de las cuales habían partido para contribuir a formar otra que terminarían adoptando como propia.
          ––Miren a la derecha ––indicó la guía––. Al fondo, como un viejo cacique oteando el horizonte, se ve el cerro Nahuel Pan.
         Entonces el tren se detuvo en el medio de la nada.
         –– ¿Qué pasa? ¿Hay algún desperfecto?–– pregunté.
         ––No te preocupes–– me contestó Ayelén––, la gente del lugar hace señas y el maquinista se detiene en cualquier lugar del recorrido.
        Esa era la cara humana del trencito, la de la solidaridad, la que le otorga esa magia deslumbrante que lo hace único. Sus rieles son las arterias plateadas por las cuales corre la vida de la zona.
        El paisaje era absolutamente heterogéneo y se escuchaban los más variados idiomas. En esa especie de babel ferroviaria, se podría haber realizado una reunión de la ONU.
Invité a Ayelén a tomar un café en el coche comedor. La construcción de éste no difería mucho de la de otros vagones: pequeñas mesas de madera, algunos decorados en las paredes y alegres cortinas a cuadros constituían todo el mobiliario.
         ––Si te interesa, puedo enseñarte algunas palabras en lengua mapuche ––me propuso––.
         ––Claro que me interesa ––acepté de inmediato–– Las voy a anotar en mi diario de viaje.
Ruca: Casa
Nguillatun: Ceremonia religiosa
Melipal: Cruz del Sur
Huanguelen: Nombre de las estrellas
Mapuche: Gente de la tierra
Nahuel: Tigre
Curá: Piedra
       
           Cada tanto, veía la estela de humo blanco, o de humo negro, que la locomotora iba dibujando en el aire, mientras recorría el sinuoso trazado de sus rutas, en medio de valles y mesetas. El desplazamiento sobre los rieles repetía de manera monótona e hipnotizante: cinco pesos, poca plata, cinco pe... sos... po... ca... plata... cinco... pe... sos... po... ca... pla...ta.... cin...co....
         Cerré los ojos. Cuando los abrí, ví a Ayelén que golpeaba con fuerza la ventanilla para que me despertara, y me hacía señas para que viera el cartel de la estación: habíamos llegado a Nahuel Pan.
       Cuando estuve de regreso en Esquel no podía contener mi alegría. Había cumplido mi sueño: viajar en “La Trochita”, el Viejo Expreso Patagónico.

Chubut , Concurso nacional
Enviada a través de Radio Mitre, AM 790
Publicado por Editor Pueblo a pueblo en Octubre 31, 2006 5:07 PM | Enlace permanente

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