viernes, 29 de junio de 2012

El Unicornio

     Era una noche preciosa. En el cielo, pequeñas estrellas de hermosos colores iban apareciendo. La paz era total. Hasta que, por un breve instante, me pareció ver entre unos arbustos cercanos al bosque una figura blanca, de cabellos plateados que se movían al ritmo del viento, sus ojos se asemejaban al de dos rubíes. Pero luego desapareció.
     Llego la noche del otro día y me dirigí al bosque. Las copas de los árboles permanecieron inmóviles hasta que me acerque, cuando empezaron a tambalearse ruidosamente. Me adentré sigilosa y cautelosamente en él. Caminé durante horas hasta que encontré una especie de jardín secreto. Lo recorrí. En él había rosas, violetas, y millones de flores más.
    Cerca de allí se encontraba una cascada. Y en ella tomando de su agua cristalina, el animal misterioso se encontraba. Yo me escondí y lo observé callada. Desde mi punto de vista no se veía muy bien, ya que la iluminación era escasa. Cuando el animal levantó su majestuosa cabeza, todos, hasta el más pequeño de sus detalles se destacaron a la luz de la luna. Era un unicornio. La criatura más bella de todas. Su cuerno enroscado lo delataba. Su cuerpo blanco y ágil no tenía comparación.    
      Sus ojos rojos se enmarcaron en mi mirada, era como si él supiera que me encontraba allí. Una suave brisa se llevó las ideas. De pronto, unas pequeñas luces empezaron a llenar el terreno. Eran de distintos colores. No podían ser estrellas, pensé. Hasta que pude ver una que pasaba volando cerca de mí. ¡Eran hadas! Ya estaba muy cansada y el unicornio se había ido. Así que me marché.
Pasaron los días y yo seguía yendo.
      Un día lo logré. Me atreví a acercarme a aquel ser mitológico. Sin querer tropecé con una piedrita pero me equilibré justo a tiempo. Parecía que había hecho una reverencia. Miré al unicornio para ver si seguía estando allí, y él me miró. Hubo un silencio en el que seguí mirándolo y él a mi. Hasta que de la nada, un niño de cabellos dorados y ojos azules me dijo:
     ––Dejará que lo montes si prometes no dañarlo.
     Aquel chico parecía asustado, pero, al mismo tiempo, decidido e imperioso. Por eso le respondí rápido pero calmada:
     ––¿En serio? Y... ¿cómo te llamas?
     ––Me llamo Icairo y soy un centauro.
     No me había dado cuento de que Icairo era mitad hombre, en este caso niño, y mitad caballo. Eso explicaría por que no llevaba puesta una remera.
    ––¿Quieres acompañarme? Es que no frecuento andar en unicornios––dije tímidamente.
    ––¡Claro! –––me respondió, como si quisiera que lo preguntase hace miles de días.
    Me subí cuidadosamente en el unicornio, tratando de no lastimarlo. Primero fue un trotecito suave, luego un medio galope estimulante y lo más divertido, el galope. Fue lo más placentero que sentí en toda mi vida, parecía como si estuviera volando. Regresé a mi casa luego de jugar con el unicornio e Icairo. Desde ese momento me empeñé en ir todos los días. Pero, uno de aquellos días Icairo me comentó que el unicornio se había marchado pero, que en su lugar un potrillo dorado cual sol en un atardecer había heredado ese maravilloso lugar. El potrillo descansaba a un lado de Icairo.

  Maria Clara Baserga
Concurso Literario 2004
Buenos Aires, Argentina

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Podés dejar tu opinión

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.